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Y ahora quién

Risto Mejide

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Cuando el callo de la vergüenza ya no haga daño de tanto rozar. Cuando se nos caiga la venda del «sí se puede» y nos demos de bruces con la realidad. Cuando la ira se nos agote y nos saturemos ya de tanta indignación. Cuando nos agotemos de luchar con espadas de palo contra tanques de acero. Cuando veamos que los de siempre siguen haciendo lo de siempre. Que nos han ignorado como nunca. Y cuando nos demos cuenta que los culpables han vuelto a la más absoluta normalidad, que han pasado de proscritos a prescritos gracias al amigote de turno que los indultó. Ese día, que llegará pronto, no sé cuándo, pero llegará, miraremos a nuestro alrededor, nos encogeremos de hombros y nos haremos todos la misma pregunta:

Y ahora quién.

No sé tú, pero cada vez me doy más cuenta de que sólo se nos van los grandes. Los mediocres duran, se perpetúan, se apoltronan, se apolillan y enquistan sus sucias nalgas sobre los sillones forrados con el cuero cabelludo de cada uno de nosotros, de nuestra actualidad. Y los que se marchan son los que uno querría que se quedasen para cualquier cosa, desde cantar las canciones o freír un huevo hasta para gobernar.

Ojo que no hablo sólo de morirse. Que también. Ahí está

Gabo. Y Tito Vilanova. Y Lou Reed. Y Luis Aragonés. Y Adolfo Suárez. Y tantos otros y tan rápidos y seguidos que tengo mi cuenta de twitter que parece un tanatorio virtual.

Hablo también de los que deciden dar un paso atrás y de la gente que -cada vez más- nos dice ahí os quedáis. Y también hablo de gente tan grande como Carles Puyol. E igual es sólo una sensación, pero por cada uno de los que se van, no hay mil de los que se quedan que lo compensen. Y no creo que tenga demasiado que ver con la edad. Vale que yo crecí con Freddie Mercury y los chavales de ahora suben escuchando a Justin Bieber. Pero no, me niego a pensar que sea sólo eso.

Creo que tiene que ver con nuestros referentes. Faros brillantes en medio de toda oscuridad. Gente por encima de sus circunstancias, vidas que son para varias TV-movies, o como se decía antes, para enmarcar. La historia ha avanzado gracias a ellos. La historia se lo debe todo a los referentes. Newton se subió a sus hombros y nos regaló la fuerza de la gravedad. Einstein se lo agradeció con la teoría de la relatividad. Picasso copió a los suyos, los plagió y los acabó volviendo locos con su arte y su genio.

Pero un referente no es sólo útil a unos pocos genios. Un referente es necesario para cualquiera de nosotros, es nuestra manera de ver el siguiente paso, es nuestro modo de subsistir: es el ejemplo vivo de que igual no siempre hay que ser un auténtico hijo de puta para triunfar. Ellos son ese alguien al que todos nos gustaría copiar de algún modo. Alguien que ha dejado un legado tan grande, tan vivo y tan eterno, es alguien con quien siempre podrás conversar. Sin referentes, estamos solos, sin referentes nos morimos antes de hora. Sin referentes, se apaga la luz. Y la verdad que no me extraña, al precio que ahora está.

En fin. No sé tú, pero a mí me faltan cada vez más referentes, porque o bien la diñan todos, o se me van. Y me di cuenta de que no estoy solo, que no soy el único que tiene esta sensación, el otro día cuando supe los candidatos al Català de l'Any. Ante candidatos que ya fueron relevantes e importantes hace más de 30 años, mi pregunta, salvo alguna excepción, era supongo la de muchos: en todo este tiempo, ¿no ha salido nadie más?

Y ahora quién. En política. Y en música. Y en el Barça. Y en la sociedad.

Por eso, cuando el callo de la vergüenza ya no haga daño de tanto rozar. Cuando se nos caiga la venda del «sí se puede» y nos demos de bruces con la realidad. Cuando la ira se nos agote y nos saturemos ya de tanta indignación. Cuando nos agotemos de luchar con espadas de palo contra tanques de acero. Cuando veamos que los de siempre siguen haciendo lo de siempre. Que nos han ignorado como nunca. Y cuando nos demos cuenta que los culpables han vuelto a la más absoluta normalidad, que han pasado de proscritos a prescritos gracias al amigote de turno que los indultó. Ese día, que llegará pronto, no sé cuándo, pero llegará, mientras todos nos encogemos de hombros, espero que alguien, alguno que haya estado callado hasta entonces, alguna que incluso puede que no haya ni nacido todavía, pronuncie estas cuatro palabras mágicas con voz bien alta y clara:

Se van a enterar.