La diversidad personal

Conchita y los derechos humanos

El triunfo del representante austriaco en Eurovisión es signo de cambio social y madurez democrática

BEGONYA ENGUIX

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El pasado sábado se celebró en Copenhague el festival de Eurovisión. Rise like a Phoenix (Elevarse como un Fénix), la canción ganadora, no ha dejado indiferente a nadie al estar interpretada por Thomas Neuwirth, un joven austriaco que como intérprete se transforma en una mujer barbuda, Conchita WurstConchita ha sido durante años víctima de la homofobia y defiende su performance como una estrategia de lucha contra esta. Según las redes sociales, que bullen con este asunto, no se considera transgénero y aspira a superar con su actuación el binarismo de género entre dos únicas expresiones puras, la masculina y la femenina. Por ello se identifica como un travestido de género neutro cuando está actuando y prefiere ser nombrada en femenino.

No es una artista transexual, como Dana International. Ni es una drag queen como las drag queens a las que estamos acostumbrados. Es elegante, actuaba en un contexto formal y para un público heterogéneo, y no lo hacía como diversión propia o del público, sino en representación de un país y para 180 millones de telespectadores. Han corrido ríos de tinta en los medios sobre el impacto visual que supuso ver sobre el escenario a una persona barbuda con melena, perfecto maquillaje y vestida de mujer, pero nada fue equiparable al impacto real que esa imagen provocó en pantalla durante el festival ni al tratamiento televisivo que recibió, pues hasta llegar al estribillo la cámara no hizo un zum suficiente como para apreciar en detalle el rostro de Conchita, aumentando así el misterio y la espectacularidad de la actuación. Muchos comentan que ganó una imagen y no una canción.

A pesar de tener un cuerpo ostensiblemente masculino, Conchita ha conseguido que todo el mundo se refiera a ella como «la mujer barbuda» (recordemos el cuadro de Ribera del Museo del Prado), incluidos los comentaristas del festival, que utilizaron siempre el género femenino para referirse a ella. Su estatus intermedio entre hombre (barba) y mujer (representación) parece haber sido aceptado por todos a pesar de que nuestra cultura, a diferencia de otras, no considera la existencia de estatus intermedios entre lo masculino y lo femenino (como los berdaches nativos americanos, por ejemplo, o los hijras en India). ¿Es esta naturalidad un signo evidente de que los tiempos están cambiando? ¿Es una estrategia adaptativa a algo que se considera una excentricidad pero que puede ser rentable? La representación de Conchita -la Queen of Europe en las redes- puede obedecer a motivos estéticos y/o comerciales, ya que no estamos acostumbrados a mujeres barbudas, y menos en el festival de Eurovisión. Pero también puede obedecer a otros motivos, como la reivindicación social.

Lo que sucedió el sábado parece apuntar a algo distinto de la mera estrategia comercial. Se enmarcó en un festival que se ha considerado muy significado políticamente: entre el público se pudieron ver, además de banderas nacionales, banderas arcoirís, y sonaron fuertes abucheos cuando intervino la portavoz del jurado de Rusia y cuando algún país votaba a Rusia (lo que no obstó para que Rusia diera cinco puntos a Austria, aunque Rusia y Bielorrusia presionaron para que no llegara a la final). Conchita, tras ser declarada ganadora, subió al escenario y declaró: «Esta noche está dedicada a quienes creen en un futuro en paz y libertad. Estamos unidos y somos imparables». Al destacar ese «imparables» y al cambiar el I (yo) de la letra original, por un we (nosotros) al interpretar la canción ya como triunfadora, Conchita estaba mandando un mensaje político claro a la audiencia.

El domingo 17 de mayo se celebra el día mundial contra la LGTBfobia. Distintas formas de afectividad y sexualidad (lesbianas, gais, transexuales, bisexuales) son todavía hoy castigadas en el mundo con la pena de muerte, la prisión y el estigma. En muchos países las personas LGTB son privadas del derecho fundamental a la vida y son agredidas y asesinadas. Incluso en países con legislaciones avanzadas como el nuestro, las personas LGTB no han alcanzado aún la igualdad social y son objeto de violencias simbólicas, psicológicas y físicas. Según un informe del 2013, el 60 % de las personas LGTB del país han vivido algún tipo de hostilidad o discriminación en el trabajo.

El triunfo de Conchita puede ser leído en clave política como un signo de cambio social y madurez democrática. Ojalá que su performance, los votos recibidos y la actividad frenética en las redes sociales no obedezcan solo a una estrategia comercial sino a una voluntad antidiscriminatoria, porque en el campo de los derechos humanos universales y en el reconocimiento de la diversidad y la igualdad entre las personas queda mucho por hacer.