monólogos imposibles

El silencio de la recién casada

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JOAN BARRIL

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Este fin de semana me gustaría ir a la playa. A Alexandra le apasiona jugar con el agua y, después de la boda, nos convienen unos días de intimidad con nosotras y con la naturaleza. Lo que sucede es que yo soy de piel muy blanca y necesito protección. Necesito ir a comprar un par de tubos de crema Coppertone. Al fin y al cabo, empecé en eso de la interpretación gracias a uno de sus anuncios. Tenía 2 años. Y allí empecé a intuir que una cámara era mi personal espejo de Alicia, porque me llamo Alicia y así me conocieron mis amigos de adolescencia y los compañeros de la universidad de Yale. Cuando me gradué con la mejor nota de Literatura, volví al cine y allí me cambié el nombre, como si fuera posible llevar una doble vida. Universitaria brillante o joven prostituta en 'Taxi driver', madre de unos hijos que llevan únicamente mi apellido y ahora felizmente casada con Alexandra, la mujer que me hace feliz y de la que no hay que contar nada. Nuestra vida ya es solo nuestra.

Siempre he sido discreta y pequeña. 1 metro y 60 centímetros es más bien poco. No asusto a nadie, pero en cambio dicen los admiradores que transpiro la belleza de la inteligencia. Tanto se lo creen, que algunos rumores me han colocado como miembro de Mensa, un club internacional formado por gente mentalmente superdotada. Yo me mantengo en silencio. Porque en ese guirigay que es el mundo del cine lo más preciado es el misterio. A veces, cuando estoy sola, veo cómo las dos estatuas del tío Oscar me miran desde el estante que hay encima de la chimenea. ¿Me los regalaron a mí o tal vez fui yo un regalo para ellos? Podría vivir una vida mundana y he preferido ocultarme del mundo. Podría ser una princesa del antiguo Siam como lo fui en 'Ana y el rey', pero a veces no me importaría ser como Marge Simpson, aquella combativa mujer de moño azulado que ha de competir con sus hijos y mimar a su marido, Homer. Yo fui la voz de Marge Simpson en un capítulo de 2008. Convertí aquel dibujo en una mujer elocuente que se defendía ante un juez, y fue una manera como otra cualquiera de hacer cine sin dramas. Lejos quedaba el Hannibal Lecter de 'El silencio de los corderos'. Ya ni siquiera me acordaba de cuando me secuestraron un hijo en pleno vuelo.

Para los críticos debo ser una esfinge impenetrable, de cuerpo de mármol y garras de león. Pero para mi Alexandra debo ser la compañera con la que compartir la vida de forma igualitaria. Las pantallas del cine son solo lienzos en los que proyectamos lo peor de cada uno. Así me pasó con aquel sociópata llamado John Hinckley Jr, que disparó sobre el presidente Ronald Reagan solo –así lo dijo– para llamar mi atención. El mundo de la ficción y el de la realidad están llenos de enfermos sociales. Y yo solo aspiro a conservar mi salud mental. Cuando leo, sé que estoy leyendo una ficción, y de vez en cuando me gusta ir al teatro para que me engañen. Porque sé que el teatro es el único lugar en el que los actores nos engañan y tienen la decencia de decirnos que van a engañarnos.

Ahora, cuando soy la esposa de Alexandra y la madre de Charles y Christopher, me gusto más que nunca. Y no necesito más Oscar encima de la chimenea, porque la felicidad no te la da nadie si antes no te la ganas tú.