Al contrataque

Otegi, lendakari

ERNEST FOLCH

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A esta España que se dice moderna le quedan todavía vestigios de su peor pasado carpetovetónico. Ahí están para certificarlo esos mini-Roucos que aparecen un día para avalar la violencia machista y al siguiente para comparar el aborto con la guerra civil, a la espera de que la última salvajada supere a la anterior. Todo eso serían simples anécdotas si no hubiera detrás un gran aparato mediático interesado en perpetuar hasta la eternidad una cruzada ideológica que viene del fondo de los tiempos.

Toda esta avalancha no es para nada neutra y deja víctimas en el camino: la más evidente de la cruzada ultraderechista y ultranacionalista es Arnaldo Otegi, condenado a cumplir una pena injustísima en la cárcel de Logroño. Esta semana el nada neutral Tribunal Constitucional ha rechazado por enésima vez su petición de salir de la cárcel. Está reconocido incluso por los que quieren que se pudra entre rejas que Otegi no está preso por ningún delito de sangre, ni por haber participado de manera directa o indirecta en nada que se pareciera a un acto violento. Al revés, la paradoja terrible es que los documentos que usó la Audiencia Nacional para condenarlo indican precisamente que Otegi intentó por todos los medios disuadir a ETA de la lucha armada, consciente de que esta era el gran obstáculo para el independentismo vasco. Los argumentos para culpar a Otegi no solo son falsos sino que se han tergiversado deliberadamente por el simple hecho de que jugar con el fantasma del terrorismo también da réditos a los que vivían mejor contra él. ETA fue un drama atroz, pero también un perfecto paraguas bajo el que la derecha española que era víctima de ella se parapetaba para taparlo todo.

Una vergüenza y un sabotaje

Los años que Otegi lleva en la prisión son una vergüenza jurídica y humanitaria, aparte de un sabotaje manifiesto contra el proceso de paz que se dice que hay que promover: mientras esté en prisión la persona que más presionó internamente para el fin de la lucha armada será imposible cerrar un conflicto que, guste o no, fue también político. Y es que todos estos intentos desesperados para criminalizarle no podrán ocultar que Otegi está en prisión por motivos puramente ideológicos, y por culpa de una secta mediática que tiene secuestrada la conciencia de tantas instituciones.

En política, las injusticias tarde o temprano regresan como un bumerán. Cada día que Arnaldo Otegi pasa en prisión será inevitablemente traducido en forma de votos en esas urnas que cada vez causan más miedo a los que dicen defender la democracia. Váyanse preparando para este titular: Otegi, lendakari.