Las elecciones europeas

¿Vale la pena votar el día 25?

No nos dejemos embaucar por la pereza ni por los localismos: nuestros problemas se resuelven en la UE

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CARLOS LOSADA

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¿Vale la pena votar en las elecciones europeas del 25 de mayo? ¿Deberíamos hacerlo en clave interna para castigar o premiar determinadas opciones o proyectos de nuestro país? Del resultado de estas votaciones dependen las políticas que marcarán a Europa y que afectarán, en gran manera, a nuestra vida cotidiana. Consideremos, a través de diversos ejemplos, la necesidad de la participación en estas elecciones con un voto en clave europea.

El café de mi barrio, cerca de casa, en el que cada día desayuno y leo el periódico, cierra definitivamente. ¿Este cierre tiene que ver con la política europea? El nivel de impuestos que pagamos en nuestro país ¿tiene que ver con la política europea? La calidad de los alimentos que compro en el colmado o el súper ¿tiene que ver con la Unión Europea? La respuesta es . Lo que se decide en la UE nos afecta directamente, igual que la garantía de una política de seguridad internacional y la posibilidad de una política de inmigración más humana y útil. Por otro lado, muchos de los productos agrícolas que se ven en nuestros mercados dependen en calidad y precio de Europa… Y lo que es quizá más importante, nuestro futuro descansa en Europa.

En una sociedad globalizada como la nuestra, la competencia de nuestras empresas y nuestras sociedades se fundamenta en aquello que podamos ser capaces de hacer como europeos. Más aún: si queremos pasar de una endémica posición defensiva a proponer el modelo económico y social que durante más tiempo y a más gente ha aportado prosperidad económica y social y en el que la dignidad de la persona ha estado más protegida (a pesar de sus muchas carencias y mejoras), Europa es nuestro único instrumento, nuestra única voz con capacidad de influir en el concierto internacional. Muchos dirán que los europeos somos irrelevantes en la política internacional. Prueben sin la UE: si llegase el desdichado caso, habría que reinventarla. Aquí también necesitamos más y mejor UE.

Intentemos dotar de una mayor consistencia estas afirmaciones. La contribución que realizamos, a través de los impuestos, a los gastos generales de las administraciones públicas depende de la capacidad de recaudación de estas. Tenemos sistemas en los que las rentas del trabajo, y en general las rentas de las clases medias, están extraordinariamente presionadas fiscalmente. Pero eso no tiene arreglo estrictamente en el ámbito de cada uno de los estados. Sin políticas internacionales que eviten planificaciones fiscales agresivas por parte de empresas como Google o Apple, que llegan a pagar por debajo del 3%, es difícil cerrar el déficit fiscal y, a la vez, garantizar un adecuado Estado del bienestar y una competitividad sana y equilibrada. Solo una Europa activa en la lucha contra el fraude fiscal y el abuso de la normativa actual puede evitar esos problemas. Ya lo ha hecho en Irlanda, Luxemburgo, Andorra y otros antiguos paraísos fiscales. Y la UE es también la única que puede tener fuerza para acabar con los escándalos de Gibraltar o Liechtenstein. Solo desde Europa se puede llegar a acuerdos internacionales de gran alcance con EEUU y  otras grandes potencias económicas con el objetivo de evitar la huida fiscal de capitales.

Ni Francia, ni Alemania, ni España ni ningún otro país de la zona euro por sí mismo puede dar respuesta a este y otros muchos problemas. Los temas medioambientales sobrepasan cualquier pequeña área geográfica. Los temas migratorios y de seguridad es impensable que puedan ser abordados desde Italia o desde España, porque requieren acciones coordinadas en los países de origen de los inmigrantes, con capacidad internacional de resolución y con grandes recursos económicos para orientar las políticas migratorias. Todo eso solo está en manos de una Europa fuerte y cohesionada. Nosotros solos somos irrelevantes.

Nos hemos fijado básicamente en políticas más bien defensivas, pero construir un futuro mejor pasa también por Europa. Un solo ejemplo: la competitividad se articula básicamente por la inversión en I+D, en talento, en personas preparadas. Es más, la recuperación de sociedades equitativas y más igualitarias demanda una clara mejora de la calidad de los puestos de trabajo para las grandes mayorías que representan las clases medias. Estas mejoras solo pueden conseguirse con políticas transeuropeas de inversión en investigación básica -sobre todo, investigación aplicada- que nos permitan competir en el mundo de tú a tú con el resto de las grandes zonas de influencia (la India, China, EEUU…).

No nos dejemos embaucar ni por la pereza ni por los localismos. La solución de nuestros problemas cotidianos reside, en gran parte, en una Europa que haga políticas de calidad. Votemos, y votemos en clave europea.