El Clownia en familia

Festival Clownia en Sant Joan de les Abadesses.

Festival Clownia en Sant Joan de les Abadesses. / periodico

Xavier Ginesta

Xavier Ginesta

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Contaba el vocalista de Bonobos, grupo de mestifunk que acaba de sacar su primer disco Animalànima, que "en los escenarios no sólo se debe tocar música, sino que también se deben buscar valores". De hecho, este inicio de mayo, un paseo por el Clownia en Sant Joan de las Abadesses permitía ver que alrededor de la música más moderna se pueden congregar una serie de actividades que la hacen tan transversal como familiar; que permiten buscar un sentido a las canciones de los ídolos, adaptarlas a los valores (humanos y humanistas) perdidos en la posmodernidad. Seguramente, este ha sido el éxito de este festival, organizado con motivo del nuevo trabajo de Txarango, con toques de Woodstock y algún que otro recuerdo al mítico Dr. Music Festival, más por el espacio natural de los alrededores de la villa que no por los géneros musicales que discurren por los tres escenarios, la plaza Mayor y los dos ubicados en el recinto cerrado.

Ya después de la primera edición, Clownia se ha convertido en un festival de pueblo, de comarca: el nuevo referente musical del Ripollès. El viernes por la mañana, ya se podía comprobar como la mayoría de comercios del centro de la villa eran colaboradores del festival y hacían ofertas especiales para los dos días de concierto. El casco antiguo de Sant Joan, de origen medieval, era mágico: dispuesto a acoger los espectáculos matinales gratuitos, el prólogo diario, dejando a la noche la locura encarnada por los grandes ídolos de los adolescentes. Estos tipos de festivales son un existo si logran la comunión entre los 4.000 asistentes y quienes viven allí cada día, si aportan valor al día a día de la localidad, si ayudan a su dinamización y promoción territorial.

Pero también si ofrecen un programa transversal que permita a las familias disfrutar conjuntamente. Teniendo en cuenta los dos extremos generacionales que se pueden encontrar en un concierto de Txarango, Els Catarres o el mismo Cesk Freixas, era evidente que el relleno del Clownia era tan importante como los platos principales. Tardes de risoterapia, circo y malabares en una explanada totalmente funcional fueron suficientes para que jóvenes parejas (o no tanto!) con cochecitos, niños y preadolescentes pudieran sonreír con la magia de los Txarango durante todo el día. La esencia del disco, Som Riu, el mantra que flotaba en todo momento. Todavía recuerdo los ojos iluminados de una niña que no levantaba dos palmos del suelo en fotografiarse con Roser Cruells, contrabajista de Els Catarres, o dos adolescentes (acompañadas de su padre) que a las diez de la mañana –cuando aún la plaza Mayor era medio vacía– pudieron conversar con tranquilidad con Alguer Miquel, vocalista de los Txarango. "Que grande que hayáis venido de tan lejos", exclamaba el músico amistosamente, agradeciéndoles los kilómetros recorridos hasta el Ripollès.

Hay quien comentaba, incluso, que este festival era el entorno ideal para que los "más pequeños se acostumbren a ir a los conciertos, porque ellos representan el futuro de los directos". Posiblemente, esta cita ilustra el sentimiento general de mucha gente que pudo disfrutar, finalmente, de grandes conciertos en horas muy prudentes (a las 11 de la mañana, a las 6 de la tarde o las 9 de la noche). Familias que pudieron encontrar el encaje perfecto entre las obligaciones paternales y los gustos de los más pequeños de la casa.