El futuro del 'cap i casal'

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La ciudad tendrá nuevas y mayores fuentes de financiación si se convierte en capital de un Estado

JORDI PORTABELLA

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Barcelona es una ciudad dinámica. Es capaz de reinventarse continuamente y de buscar el camino más conveniente, en cada cambio de período, para continuar entre las ciudades más relevantes del mundo. Los barceloneses rechazamos vivir de la nostalgia del pasado y al mismo tiempo nos sentimos orgullosos de los eventos que fuimos capaces de hacer bien y contribuyeron decisivamente a despegar internacionalmente. Ahora bien, nuestro modelo de ciudad no se basa solo en los grandes eventos, sino en saber leer acertadamente el contexto contemporáneo y actuar en consecuencia, poniendo el beneficio de la ciudadanía en el centro de las decisiones y equilibrando las actuaciones que potencian los aspectos globales y locales.

LOS RETOS DE Barcelona, ciudad en competencia en el tablero global, son en dos grandes ámbitos: el económico y el territorial. En el primer caso se trata de resolver con éxito el difícil encaje entre la economía local y la global, de magnitudes e intereses diferentes. Según como se produzca esta incardinación se crearán más o menos puestos de trabajo, la primera, por urgente, prioridad de la capital catalana. Tener una presencia puntera en los sectores de la economía cuántica, informática y biomédica, y crear sinergias entre ellos permite una gran expansión del nuevo conocimiento y promover la creación de puestos de trabajo de calidad. Pero hay que estar muy atentos a cómo se desarrolle la economía local, porque genera empleo y vertebra la ciudad con más eficacia que la economía global.

En el ámbito territorial, el reto es la futura y próxima Barcelona capital de Estado. La ciudad empuja, desde su capitalidad, el proceso municipalista hacia la independencia. Lo hace facilitando y potenciando aquellos aspectos estructurales de transformación de Catalunya en un nuevo Estado. Barcelona, sin mirarse en el espejo de capitales de Estado felizmente superadas como Lisboa o Ámsterdam, ha de preparar la nueva capitalidad basándose en su elogiado modelo de ciudad. Eso solo se puede hacer con un conocimiento profundo de la ciudad que únicamente se obtiene pisándola y escuchando a la ciudadanía a diario durante lustros. Si no es así, hablamos de opiniones respetables pero sobrevenidas, basadas en el oportunismo coyuntural.

Barcelona saldrá beneficiada de ser capital de Estado. Eso significará nuevas y mayores fuentes de financiación (una capital de Estado no se financia igual que una ciudad que no lo es); recuperar edificios relevantes y céntricos infrautilizados por el Estado (Banco de España, Correos); más sedes centrales de empresas de los sectores que nos interesan y una mayor capacidad de adaptar las grandes infraestructuras a las necesidades económicas, logísticas y estratégicas. La ciudad tendrá, en definitiva, una nueva ocasión para consolidarse y reforzarse a la cabeza de las ciudades mundiales.

Tengo el convencimiento de que la solución a nuestros retos pasa por mantener el modelo de ciudad que tantos elogios recibe de toda la geografía internacional, sin traicionar su esencia: una ciudad a escala humana, policéntrica, compacta, con mezcla de usos; con un buen transporte público; con talento e innovación, que cuida de los más desfavorecidos, capaz de soñar y de ejecutar cualquier proyecto que se plantee si la finalidad es una herramienta útil para defender y mejorar la calidad de vida de sus vecinos y vecinas. Esto pasa por no copiar de otras capitales de Estado. Barcelona debe incorporar aspectos que le son provechosos de otras, claro, pero debe crearse su propio referente, porque siendo referente se crea liderazgo. Todo el mundo sabe que siempre es mejor el original que una copia. Y hay que seguir transformando la gobernabilidad de la ciudad mediante una mayor participación ciudadana.

NADA IMPRIME MÁS potencia ni más cohesión social que la implicación de las personas en los proyectos comunes cuando, una vez superados los intereses personales y familiares legítimos, ahora se disponen generosamente a construir una ciudad mejor. Barcelona no ha sido constituida ni por una Corona soberana ni por un linaje familiar como Viena o Madrid. Tampoco ha sido fruto de un impulso promovido desde la Iglesia o un Ejército que ha bombardeado la ciudad en múltiples ocasiones y ha contenido su desarrollo durante décadas. Ni siquiera podríamos atribuir la Barcelona actual al esfuerzo de una clase social determinada. La fuerza está, y siempre ha sido así, en la ciudadanía. Esto también se evidencia en el proceso de transición nacional. Es un proceso político, claro, pero el alma, la capacidad de mantener el pulso con el Estado, proviene de la duradera, pacífica y decidida firmeza de los ciudadanos.