Señor Moragas...

JORDI ÉVOLE

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Sí, ayer le llamé sin avisar. Y me cogió el teléfono. Al menos no me dijo que era su hermano... Usted puede pensar que así no se hacen las cosas. Y no voy a decirle que no. Igual tiene razón. Incluso estaría dispuesto a pedirle disculpas por las formas, que no por el fondo. Podría defenderme argumentando que desde el minuto uno de la conversación le avisé de que le estaba grabando, información que incluso le reiteré. Pero sería entrar en el terreno de las excusas. Y no es plan. No voy a negarle que tuve dudas de emitir o no esa llamada. Y me gustaría explicarle por qué lo hice.

Básicamente lo hice por un motivo: estoy harto. Harto de la política comunicativa de este Gobierno. Harto de que ninguneen a la mayoría de periodistas, por ejemplo a los que deben soportar esos simulacros de ruedas de prensa sin preguntas, o peor aún, con preguntas pactadas, donde vemos al presidente improvisando una respuesta mientras la lee en un papel escrito por un asesor.

Porque ustedes cuando quieren comunicar, comunican. Llevan meses bombardeándonos con «ya estamos en la senda de la recuperación» y, aunque no me lo creo, entiendo que estén en su derecho de intentar que nos lo creamos. Pero también tienen el deber de dar la cara en asuntos que no les favorecen tanto. Como, por ejemplo, explicar los recortes de la ley de la dependencia.

Para completar el programa de ayer, intentamos que algún miembro del Gobierno o del PP diese la cara. Llamamos a la vicepresidenta, a tres ministros, a dos secretarios de Estado, a un director general y a dos diputados. Algunos dijeron rápidamente que no. Y se lo agradecemos. Porque con otros perdimos más el tiempo: marearon la perdiz para al final tomar la misma decisión.

El deber de dar la cara

Si alguien no quiere ir a un programa tiene la libertad de no hacerlo. Solo faltaría. Pero ustedes son representantes electos, tienen el deber de dar explicaciones, y los medios ejercen de intermediarios entre ustedes y los ciudadanos. Igual es que eso también lo quieren recortar. Llamar sin avisar y grabar (avisando) igual no es muy ortodoxo. Casi tan poco como que nueve compañeros suyos se nieguen a dar explicaciones sobre los recortes en dependencia. La llamada a puerta fría fue la única salida que encontramos en el callejón del silencio oficial. Si diesen la cara no lo harían tan mal. Confíen un poco más en ustedes mismos. Dejen de hacer caso a los que les dicen: «Cuanto menos salgamos, mejor».

Sé que escribiendo esto, ustedes nos concederán la mitad de las entrevistas que nos daban. No pasa nada: la mitad de cero es cero. Nosotros seguiremos intentándolo. Mientras, me quedo con el consejo de Jaume Martorell, el chico que le puse al teléfono: «Si puede luchar el de la silla de ruedas y el respirador, puede luchar cualquiera».