Órdago a lo grande

ANTONI SERRA RAMONEDA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Su Constitución otorga al presidente de la República francesa amplios poderes ejecutivos, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los países europeos. Pero cuando quien ocupa el palacio del Elíseo ha perdido una porción importante del crédito necesario para ejercer eficazmente el cargo estos poderes en su búsqueda de nuevo acomodo se desplazan hacia el primer ministro. El presidente se difumina y las riendas pasan de facto a las manos de quien estaba destinado a ser un simple ejecutor de sus decisiones. François Hollande pasa por horas bajas. Según encuestas recientes solo entre el 15% y el 20% de los ciudadanos tiene una opinión favorable sobre su actuación. En un reciente homenaje a la figura histórica de Jaurès fue abucheado con ganas. Las causas de este descontento son múltiples, sin que quienes se dedican a desentrañarlas excluyan la tan francesa recomendación, esta vez en plural, de cherchez les femmes.

El descrédito de Hollande llegó al cénit cuando en Bruselas se negaron a prorrogar el plazo que le habían señalado para rebajar el déficit público de su país del 3,8% al 3% del PIB. El remedio fue buscar entre las filas socialistas a un nuevo primer ministro que tuviera una imagen de persona suficientemente resolutiva para colmar el déficit de confianza de la población en su presidente. El elegido fue Manuel (según los franceses, o Manel en los medios de comunicación locales) Valls. Nada más recibir el encargo dejó muy claro que, diga lo que diga la Constitución, él será quien cortará el bacalao en el gobierno del Estado. El timón ya está en sus manos. Habrá que ver si, llegadas las próximas elecciones, se mostrará dispuesto a soltarlo o intentará que su autoridad real coincida con la formal presentando su candidatura a la máxima magistratura.

Pocas semanas antes de asumir tamaña responsabilidad en el barcelonés Espai Volart se exhibió una muestra de la obra de su padre Xavier, un pintor exquisito. El mejor de los cuadros, según mi humilde parecer, recogía los perfiles enfrentados de sus entonces adolescentes vástagos. Su hijo, Manuel, miraba con expresión firme a su hermana. Los visitantes de la muestra ya sabían que aquel adolescente había madurado en un político con futuro, pero nadie podía prever un ascenso tan fulgurante como el ocurrido

Lo dijo Virgilioaudaces fortuna iuvat. Pero reconocerán que el reto que ha asumido Valls es digno no ya de Eneas sino del propio Hércules. En una sociedad tan conservadora en lo económico como la francesa imponer unos recortes de 50.000 millones en tres años para reducir el déficit al 3% del PIB en el 2017 supone, para quien ha de capitanear la aventura, un riesgo similar al que corre el funámbulo que cruza las cataratas del Niágara pisando un delgado cable. Su propio partido está dividido en la valoración de la propuesta de Valls. Una fracción la acepta resignada. Otra, en la que militan muchos miembros de la Comisión de Finanzas del Parlamento, cuestionan no el importe sino el plazo de tiempo y las partidas de los recortes. Y finalmente el ala más izquierdista exige que la cifra se rebaje a 35.000 millones. Valls sabe que ha de actuar con mano de hierro aunque con guante de seda. Sus vecinos de la otra orilla del Rhin, la Comisión Europea, las temidas agencias de rating y los anónimos mercados están ojo avizor para comprobar si la determinación del nuevo director de orquesta resiste los embates que va a recibir.

Son numerosos los expertos, algunos de ellos altos cargos socialistas, como el presidente del Consejo Superior de las Finanzas Púbicas, que estiman que el escenario en que se sustenta el plan es excesivamente optimista, lo que le permite minimizar la previsión de los impactos negativos que conllevará. Porque para que los 50.000 millones permitan reducir al 3% el déficit y al propio tiempo se creen 200.000 nuevos empleos se precisan dos condiciones: un fuerte tirón de la economía europea y un repunte de la inflación. En otros términos, se precisaría que la Comisión Europa abandonase su fe en la austeridad como remedio a la crisis y que la señora Merkel y correligionarios como mínimo mitigaran su aversión a la inflación.

El martes conoceremos la opinión de los diputados franceses y la versión final del plan que aprueban. Pero no se acabará aquí la historia. Dentro de un mes aproximadamente será la Comisión Europea quien habrá de sentenciar si confía o no en el plan. No puede descartarse una pugna entre la canciller germana y Manuel Valls, representado quizá por Hollande, para imponer una reorientación en la política económica europea. El nuevo primer ministro está obligado, y supongo que decidido, a jugar fuerte para no salir malparado de la aventura emprendida. Su acceso al codiciado Elíseo está en el envite. Economista.