El proceso soberanista

La máquina de hacer independentistas

Hay que construir un relato en positivo para Catalunya, no catastrofista sino pedagógico y emocional

ODÓN ELORZA

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Nadie podía pretender que, tras la larga espera de la sentencia del Tribunal Constitucional que impuso un cepillado político del Estatut refrendado en las urnas, no hubiera una reacción de la ciudadanía. ¿Acaso pensaron que las campañas anticatalanas de José María Aznar y Mariano Rajoy, el boicot al cava, la recogida de firmas en las calles con consignas españolistas ofensivas para Catalunya o la repetida frase acusatoria en su boca de «España se rompe» -dirigida contra los socialistas y el PSC- no tendrían consecuencias?

La maquinaria que puso en marcha la derecha española, los efectos de la crisis y la estrategia del nacionalismo catalán de identificar a España como el enemigo causante de todos los males aprovechando la pésima imagen que ofrece el Gobierno corrupto, antisocial y recentralizador de Rajoy han sido decisivos para despertar el independentismo. En tiempos duros, el discurso populista de los nacionalismos victimistas fue siempre un recurso que movilizó a la ciudadanía a falta de un proyecto con valores que se identificara con la izquierda.

Me gusta vivir en un país plural como España, con toda su complejidad, y aprovechar la riqueza de su diversidad. Y soy consciente de que el papel de la izquierda es el de defender los valores cívicos que explican la unidad en torno a un Estado compartido, junto con la defensa del autogobierno para las naciones sin Estado. Desde una cultura de convivencia y solidaridad, Catalunya contó con el esfuerzo de toda España para dar la vuelta al mundo con unos brillantes Juegos Olímpicos o tener un AVE que conecta Barcelona con Madrid y Francia. Por eso el sectarismo nacionalista no puede forzar la división de un pueblo en pleno siglo XXI, un tiempo más propio de compartir identidades y gobernar una soberanía compartida en un mundo global interdependiente.

¿Quién garantiza que una Catalunya independiente gobernada por CiU satisfaría mejor las necesidades de igualdad y felicidad de la ciudadanía, con una política social y fiscal más progresista, o que respetaría la libre expresión de quienes ejercen identidades compartidas? No creo en la bondad de un viaje plagado de riesgos.

Los soberanistas se disputan los electores del PSC, desorientados a falta de una alternativa de calado y ante las horas bajas del PSOE. Sí, así atrapan a los que apoyaron a un PSC que hizo de puente y cohesionó Catalunya y les hizo cómplices de un reto apasionante que alcanzó la modernización de todas sus estructuras y ciudades para continuar siendo vanguardia de las políticas innovadoras en España y ejemplo de solidaridad con los territorios que tanto contribuyeron con mano de obra a la potencia de la propia Catalunya.

Nadie sabe lo que dará de sí la puerta que ha abierto Alfredo Pérez Rubalcaba con su propuesta de pactar la reforma de la Constitución, un gesto tardío pero audaz en pleno vendaval recentralizador. Quienes declaran que esa vía está agotada desprecian un proceso negociador con las fuerzas catalanas que podría llevar al reconocimiento de España como Estado plurinacional, con un modelo territorial de remarcados principios federales para un funcionamiento que garantice la cooperación y la solidaridad.

Quienes renuncian a intentar negociar la aprobación, dentro del marco constitucional, de una ley de la claridad como la de Canadá para el caso de que sean necesarias consultas pactadas son los mismos que amenazan con que «o hay consulta ya o habrá insumisión». Una consulta de doble pregunta que en realidad debería llamarse ceremonia de la confusión para la independencia frente a la España que, según dicen ahora, «nos roba».

Necesitamos construir un relato en positivo para Catalunya, y no un relato derrotista como demostración de desconfianza en la capacidad de atracción de un proyecto de futuro compartido para el Estado y reequilibrador en materia de financiación para los territorios. Un relato no catastrofista ante la opción soberanista, sino pedagógico y emocional. Un proyecto que tenga una base democrática sólida, sin el riesgo de perjuicios económicos para el todo y sus partes. Sería la manera de responder a quienes plantean rupturas traumáticas, tensiones y confrontación social. Estas razones han influido en la ciudadanía de Quebec para que los separatistas fueran derrotados con estrépito en las elecciones de hace tres semanas.