La clave

Votar... y saber qué se vota

ENRIC HERNÀNDEZ

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La abundante literatura política publicada en torno a la pertenencia (o no) a la Unión Europea (UE) de una Catalunya eventualmente independiente adolece, por lo general, de una grave falta de rigor científico que cabe atribuir a dos factores. El primero, la ausencia de precedentes homologables; y el segundo, el influjo que sobre tales vaticinios ejerce el punto de partida apriorístico de sus respectivos autores.

Los detractores de la secesión catalana cuentan de su parte con argumentos de peso como los pronunciamientos de las autoridades comunitarias o la capacidad de veto de los estados, en este caso España, para impedir el ingreso en la UE de un nuevo socio. Los partidarios de la independencia, por su parte, invocan en su favor el pragmatismo europeo para augurar que el peso económico de Catalunya y su estratégico enclave geográfico disuadirán a las instituciones comunitarias de excluirla del selecto club de los 28. Aunque revestidas de argumentos jurídicos, políticos, históricos o económicos, unas y otras predicciones degeneran en apuestas tabernarias: frente al hidalgo «por nuestras narices que no estaréis», el no menos testosterónico «no tenéis lo que hay que tener para dejarnos fuera». Todo muy civilizado.  Todo muy europeo.

Un debate político de altura

Tarde o temprano, los catalanes seremos convocados a las urnas. Si no para una (cada vez menos probable) consulta sobre la independencia, sí al menos para participar en unos comicios multipartidistas en los que optaremos entre distintos programas electorales.  Esa será la hora de decidir, de elegir entre proyectos inequívocamente independentistas, federalistas o continuistas.

Para cuando ese momento llegue, sería conveniente que los sentimientos de pertenencia (de todos) y las baladronadas (de uno u otro signo) no fueran la única materia a examen. Para que el seny vuelva a competir en condiciones de igualdad con la rauxa, es imprescindible un debate político de altura, sereno y documentado, que sustituya el catastrofismo por datos fehacientes, y los horizontes idílicos, por realidades tangibles.

Que una cosa es querer votar y otra votar sin saber qué se vota.