IDEAS

Scripta Manent

JAUME SUBIRANA

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Hay una imagen poco conocida pero emblemática del joven Albert Manent: estamos en verano, a mediados de los años 50, a la sombra de un árbol en L'Aleixar, el mas familiar, y Manent teclea pacientmente a máquina durante días y días largas listas. Primero fueron los poemas que Josep Carner no tenía al alcance en su exilio de Bruselas para compilar la obra completa. Después de los versos vinieron las listas de poemas escogidos, por secciones, y aun la lenta comprobación de que no hubiera repeticiones ni errores (Carner iba revisando sobre la marcha) entre el millar de poemas finalmente reunidos en Poesia. Albert Manent, nacido en Premià de Dalt en 1930, tenía poco más de 20 años: piensen en los jóvenes de veinte y pocos años que conocen y díganme cuántos creen que se pasarían el verano tecleando listas de poemas para un viejo escritor glorioso pero ausente que vivía en el limbo del exilio y del antes de la guerra.

Es sobre esta imagen de trabajo y de servicio que me parece que podemos levantar todos los otros Albert Manent que fueron viniendo después: el resistente político, el maquinador en la sombra de tantas iniciativas culturales, el funcionario de la renacida Generalitat, el erudito a la caza de nombres de nubes y nieblas, el coleccionista de seudónimos, el historiador del exilio (nunca le agradeceremos bastante los cuatro volúmenes del Diccionari dels catalans d'Amèrica), el biógrafo, el memorialista, el colaborador en prensa... Por todo esto obtuvo en el 2011 el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes, pero el gesto de ponerse al servicio de una ilusión (la de la lengua y la gente que la sustenta) ya estaba allí, hace 60 años, en los veranos de L'Aleixar.

Como apunta el adagio latino, Verba volant, scripta manent: las palabras dichas vuelan, las escritas permanecen. Es a esta pervivencia de las palabras -y en ellas la de un pueblo- a lo que Albert Manent ha dedicado su vida. Y por ello muchos le estamos agradecidos con un agradecimiento que rebasa todas las distancias.