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Estira la boca

RISTO MEJIDE

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Estira la boca. Hazte el favor. Contrae los mofletes, estruja el mentón, afila tus labios. Achina esos ojos. Presume de arrugas. No, con la mano no vale. Tiene que ser con la intención. Estira tu boca. Estírala ahora. Porque sí, porque tú lo vales, porque hoy es hoy. ¿Ya está? ¿Aún no?

Que te digo que estires la boca. De verdad que sí. Acerca las comisuras con suavidad hacia tus oídos, esos por los que de tanto en tanto se cuela mi voz, frecuencia que deja cada vez más secretos de confesión. Mira, ahí va otro.

Estira la boca. Y no me vengas con que te faltan motivos. Que si algún día no los encuentras, no te preocupes que los buscamos los dos. Además, cualquiera diría. Seguro que harás cosas muchísimo más absurdas todos los días por gente a la que ni siquiera conoces y que encima te da igual. Digo yo. Y sin exigir motivos a cambio. Por qué me los pides a mí. Eh. Por qué.

Estira la boca. Que sí, que dicen que es contagioso. Que ya verás. Empapa tu entorno. Inicia tú la epidemia con tan deliciosa infección. Que nos pille a todos sin vacunas. Que nadie encuentre remedio, que ni siquiera lo empiece a buscar. Huyan despavoridos los envidiosos que algún día se atrevieron a hacerte llorar. Vuelvan a sus cavernas de rabia aquellos que hicieron de tu tristeza su trofeo, su triunfo y su vergonzosa conquista. Que hoy tú vas a estirar la boca. Y con ella aplastas y aplastarás. Hoy pierden todos ellos. Porque hoy ganas tú. Dientes, dientes, Julián.

Porque yo sólo quiero que estires la boca. Me da igual si es de mentira. Me da igual cuándo sea, de verdad. Pero es que no te das cuenta. No es lo que pasa cuando tú nos regalas un estirón de boca. Es lo que ocurre con el resto del mundo cuando nos lo das.

Cuando tú estiras la boca, la vida no pasa, en la vida se está. Cuando tú estiras la boca, a todas las alegrías les da por salir a pillar. Y vaya si pillan. Se marcan un crusaíto con el primer recuerdo que agarran, y le dan otro motivo para proyectar, para acabar con el futuro y maquillados de ilusión. Sí, ya sé que igual es sólo maquillaje, pero qué coño más nos da.

Cuando estiras la boca, el pez ya no muere, sino que se le practica un bypass. Cuando estiras la boca, ya no entran ni moscas ni moscardones, y cuanto más la abres, más se van.

Y así andamos todos, en busca de alguna boca estirada con la que la nuestra se quiera acostar.

Estira la boca. Estírala ya. Pero hazlo por ambos lados. Porque estirar la boca a medias es dejar de lado la otra mitad. Abandonar la sección que quedó en la sombra por culpa de tanto traspaso emocional. Montar un fiestón con la mitad de los invitados. Y obligar a la otra mitad, simplemente, a mirar. Estirar la boca a medias no está bien, porque el aire se te acaba yendo por el lado al que no le está permitido ni emocionarse ni emocionar.

Todo esto para decirte que estires la boca. Que puede que te suene muy absurdo. Que le veas todas las pegas. Y que no le encuentres la utilidad. Pero ahí fuera hay un universo entero esperando una señal. Tu señal. Un millón de posibilidades que sólo se atreverán a dar el paso y hacerse realidad si y sólo si tú les regalas ese gesto. Ese guiño. Ese estirarla y que te dé todo igual. Y si tú no lo haces, porque decides guardártelo, nadie más lo hará. Y como tú no lo descubras, nadie más podrá. Ahí se quedarán esperando. Ahí se pudrirán. Que se jodan. Eso es lo que le estarás diciendo a tus otros destinos si hoy no estiras tu boca. Ajá.

Por un momento, atrévete a estirar la boca. Puede que después de hacerlo continúes exactamente igual que hasta ahora y hayas perdido el tiempo poniendo en práctica una sencilla expresión facial.

O también puede que un día estires tu boca y de repente empiece a levantarse todo lo demás.