DEFENSORA DE LA IGUALDAD

Buen viaje

EVA PERUGA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Solo te das cuenta cuando te encuentras en las mismas circunstancias, pero cada vez hay más mujeres que o solas o acompañas de otra viajan por el mundo. Cuando con una mirada directa se reconcen puede que en esos segundos también compartan todas las experiencias del viaje que se han desarrollado de manera diferente por el hecho de ser mujeres.

«No es el objetivo el que cuenta, sino el camino que conduce a él». Una verdad como un templo escrita, en una carta a su marido, por Alexandra David-Néel, la primera mujer en tocar el techo del mundo, con 55 años, tras recorrer más de 7.000 kilómetros, durante una década larga. Su odisea no es otra más que la del empeño en ser libre, en su caso en un camino de espiritualidad. Una filosofía que, según la literatura de viajes, aún acompaña a las féminas para las que, en su maýoría, el desplazamiento debe estar vinculado a algún tipo de contenido.

Para ceñirse lo máximo a lo que sucede en la calle, las mujeres pueden aceptar que la condición sexual, la religión, el color de la piel o la condición económica son también factores determinantes y excluyentes a la que se coge el petate.

Pero cuando una mujer planea la exploración de un territorio extraño irrumpe con mayor claridad la división de los espacios, la lista de cosas que se pueden o no se pueden hacer y, por su supuesto, la manera de vestir. Vayan donde vayan las telas que cubran mucho o poco el cuerpo femenino serán juzgadas de forma prioritaria. Estas normas rigen, por supuesto, solo para la población femenina. Con ellas se marca el viaje que, en muchos países, obliga a cargar la maleta con ropa que nunca se pondrían y que viene determinada precisamente por ese riguroso y mundial control sobre el cuerpo de las féminas. Luego resulta que, a pesar de cumplir con estos preceptos decididos por la élite político o religiosa del país, curiosamente siempre masculina, las mujeres no logran librarse de las miradas asediantes, silbidos, insinuaciones y agresiones verbales o tocamientos. Y, el temor onmipresente, es el de la violación. Comparartir el espacio hegemónico masculino, el que socialmente importa porque es el que mide el poder, no resulta sencillo. Aunque en un gran paradoja, muchas mujeres afrontan mayores riegos cuanto más cercano es ese espacio en el que se mueven.

¿Porqué las féminas desplegan, física o virtualmente, los mapas de las ciudades o las zonas a las que se disponen a viajar para confirmar toda una serie de datos que pasan precisamente por la garantía de su seguridad y de su movilidad? ¿Cuántas de ellas, incluidas muchas ejecutivas, cenan en el hotel de la localidad donde van a trabajar al día siguiente porque aventuarse más allá puede consumirles una energía innecesaria? ¿Cuántas mujeres restringen su área de acción para cualquier actividad en la ciudad, en el campo, en el bosque, en las playas, en los senderos, por horario y por el lugar, ante sus temores? Y no solo se trata de ser víctimas de alguna persona «con problemas» sino de la interpretación que la mayoría de las sociedades hacen de una mujer sola o, a lo sumo, acompañada de otra.

La desigualdad de género es la que lleva a una pareja (hombre y mujer) o a un hombre solo a encontrar un camino más fácil en los viajes. Y, en una economía de libre mercado, la restricción de la ofertas para las mujeres se convierte en un encarecimiento de sus desplazamientos por el mundo. Al final las féminas viajeras, a las que se adhiere con facilidad el término aventureras, acaban enviando a la carpeta de secundarios todos los riesgos eventuales que no tienen por qué hacerse realidad. No pretenden emular las hazañas de la aventurera francesa, pero acaban haciendo lo que se preponen. Buen viaje.