De acuerdo

RISTO MEJIDE

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Reconozcámoslo. Un cambio horario es una faena por no decir putada, que queda feo para empezar. Esto de andar cambiando la hora de los relojes de tu entorno me parece un cachondeo nacional. Encima, con los móviles que se actualizan solos ya no sabes cuál ha sido poseído por el espíritu de Steve Jobs y cuál sigue en la era de Bill Gates, que aunque uno haya muerto y el otro no, está claro cuál sigue vivo y cuál pasó ya a mejor vida.

El resultado, por unas horas y a veces incluso días, llegas pronto o tarde a cualquier sitio, almuerzo o reunión. Y aunque tú no llegues a destiempo, tu cuerpo sí lo hace. O tu mente, que es aún peor. Y eso es lo que cuenta. Yo no sé si de verdad ahorraremos energía con cada cambio horario, lo que sí sé es que por unos días, sufrimos cuando recordamos para qué sirve un reloj.

Y para qué sirve un reloj. Para dar la hora, responderá la mayoría. Para fardar, dirán los osea. Para chanar, dirán los chonis. Pues no. Más allá de eso. Un reloj sirve para ponernos de acuerdo. Un reloj nos sincroniza. Nos da la pauta que todo hijo de pauta sigue, incluso si nuestra intención es romperla. Nos mantiene juntos incluso cuando no lo estamos. Es un acuerdo en una muñeca. Un contrato diario con la rutina. Una antena receptora de cotidianidad.

Así funcionan las convenciones. Nos dan una base sobre la que ya no es necesario discutir. Porque donde no hay convenciones, hay caos, hay conflicto, hay discusión. Y lo que la historia ha demostrado es que o vivimos de acuerdo o de repente nos da por matarnos. Imagínate vivir en la época previa a la aparición del kilogramo, del metro, del dólar, del litro, del quilate, del segundo o de la milla. Afortunadamente, en algún momento, alguien se dio cuenta de que si establecíamos medidas oficiales y universalmente aceptadas, el mundo sería un lugar mejor para vivir. Y así fue.

O no. Porque también ha habido unas cuantas guerras mundiales desde que en teoría nos pusimos de acuerdo y hay países, como Venezuela, que hasta han creado su propio huso horario incumpliendo todas las disposiciones internacionales con diferencias enteras con respecto al GMT. Los venezolanos permanecen a 4:30h del Tiempo Universal Coordinado (UTC), es decir, que a la hora de referencia hay que restarle 4 horas y -ay Carmela- 30 minutos, algo que no tiene nada de Universal ni de Coordinado. Y cuando un país se salta las convenciones en algo tan nimio, como estamos viendo, acaba haciendo lo mismo con las cosas realmente importantes.

Las convenciones son normas de convivencia. Y como tales, hay que saber cuándo respetarlas por encima de lo que nos gustaría. Pero también hay que aprender a cambiarlas para poder adaptarlas a nuevas realidades. Porque si no vivimos igual que hace 30 años, las normas que rigen la civilización tampoco deberían ser inmutables. Aunque es verdad que tampoco podemos andar cambiando las medidas cada vez que nos venga en gana, porque entonces perderemos su razón de ser, coordinación universal y sobre todo, perspectiva histórica. Es lo que hace un gobierno que quiere mejorar la evolución del IPC: cambiar la composición de la cesta de la compra. Que es otra forma de llamarnos idiotas, pero con elegancia macroeconómica.

Qué hacemos con las convenciones. Es lo que se nos está planteando desde todos los ámbitos. Es la pregunta del Siglo XXI. Lo que aún no hemos aprendido a gestionar. En qué momento una convención se nos convierte en convencionalismo. La primera significa consenso. La segunda, mentira. Desconexión de una realidad que ya no es así.

Qué hacemos con la Constitución. Qué hacemos con Catalunya. Qué es y qué no es soberanía. Qué debería serlo a partir de ahora. Qué hacemos con la noción de país. Y con la de frontera. Qué hacemos con la noción de inmigrante. Qué hacemos con Gallardón. Qué hacemos con su noción de aborto. Dónde ponemos la línea entre doctrina y derecho fundamental. Qué hacemos con la noción de familia. Y con la de matrimonio. Y con la de amor. Y con la de fidelidad. Y con la de dignidad, la de trabajo y la de vivienda. Qué hacemos con las decisiones arbitrales. Qué hacemos con el peinado de Sergio Ramos. Como proyecto de calvo, esto último me preocupa especialmente.

El caso es saber en qué nos tenemos que poner de acuerdo de manera urgente. Si hasta la hora se adapta dos veces al año para que sigamos yendo a la vez. O el calendario a cada bisiesto para que siga saliendo el sol por donde debe. Porque si no lo hiciéramos, tarde o temprano el desfase entre la medida y lo medido se haría tan evidente que resultaría insufrible y hasta doloroso. Porque la realidad jamás se rompe. Lo que se rompe es nuestra manera de explicarla.

Por eso necesitamos ponernos de acuerdo, para seguir conviviendo en un mundo real.

Y necesitamos hacerlo ya.

Da igual que ahora no escuches.

Que no te adaptes.

Que no estés dispuesto a negociar.

Lo que la naturaleza y la historia nos han demostrado una y otra vez es que no hay excepciones.

Si tú hoy no acuerdas, algún día te acordarás.