El gobierno de la capital catalana

Conducir con el freno de mano puesto

Barcelona no puede presentar 139 millones de superávit y a la vez tener tantas carencias sociales

GABRIEL COLOMÉ

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Veintiséis días ha tardado el alcalde Trias -desde que el 21 de febrero estampara su firma en la liquidación del presupuesto municipal del 2013- en dar a conocer su contenido. Tanta tardanza se explica en dos números sencillos de entender y que son el mejor resumen y la más exacta metáfora de su forma de gobernar la ciudad.

El primer número expresa la cantidad de dinero que el alcalde hubiera podido gastar cumpliendo a rajatabla todos los (estrictos y, a juicio de muchos y prestigiosos economistas y gestores, excesivos) criterios de estabilidad presupuestaria. Técnicamente se conoce como «capacidad de financiación en términos de contabilidad nacional» o «superávit en términos del Sistema Europeo de Cuentas». Son nada más y nada menos que 139,29 millones de euros de superávit, equivalentes al 42% de las inversiones del ejercicio o al 8% de los gastos corrientes del mismo.

El segundo número indica los recursos líquidos -la caja contante y sonante de la que disponía el ayuntamiento a 31 de diciembre del 2013-, que ascienden a 519 millones, equivalentes a un 24% de los recursos no financieros que generó durante todo el ejercicio el consistorio.

Ambas cifras marean pero, sobre todo, indignan. Indignan cuando, por ineptitud de su equipo económico o por razones de trasnochado conservadurismo ideológico, muchas y muchos barceloneses que pasan por serias dificultades para llegar a fin de mes no han podido beneficiarse de los muchos programas sociales que podrían haberse desplegado con estos recursos sin haber incurrido en déficit presupuestario y manteniendo la solvencia que siempre ha tenido esta institución.

Indignan cuando se tiene presentes a las 108.225 personas en paro que reclaman cursos de formación, programas ocupacionales y un empujón de la ciudad, de su ciudad, para rehacer sus trayectorias profesionales. Programas ocupacionales que han visto disminuir el número de personas atendidas en Barcelona Activa: de 26.972 en el 2011 -último ejercicio del anterior mandato- a 19.322 durante el 2013, el 28% menos. Indignan cuando se conoce que  la desigualdad en la ciudad, según los estudios más solventes, se ha incrementado significativamente, pasando la diferencia de renta entre el barrio más acomodado de Barcelona (Pedralbes) y el menos acomodado (Ciutat Meridiana) de un factor 4,3 a un factor 6,4 en tan solo cinco años (un 49% de incremento); o aumentando el índice de Gini, indicador que mide las desigualdades de renta y cuya tendencia a la baja (esto es, a disminuir la desigualdad) en nuestra ciudad se revirtió en el 2006, desde un valor de 0,308 en el 2006 a un valor de 0,346 en el 2013, un 12% de incremento.

Indignan cuando se tiene noticia de que las necesidades en los centros educativos y de salud de la ciudad aumentan al mismo ritmo que disminuyen los recursos de los que disponen los profesionales para atenderlas ante el silencio cómplice del alcalde, al tiempo que, cual contable compulsivo, va viendo aumentar la caja municipal.

E indignan cuando se le oye decir, con su habitual desparpajo, que es un socialdemócrata convencido («soy socialdemócrata en el ámbito político y liberal en el económico»).  Afirmación que, con estos números sobre la mesa, queda a medio camino entre la ofensa a la ciudadanía y la banalización del ideario político de la historia reciente que más bienestar ha procurado a más gente y en el que algunos creemos firmemente.

Le sugerimos educadamente que si no sabe qué hacer con estos 139,28 millones incorpore algunas de las muchas ideas y propuestas que hemos desgranado en los debates de las primeras elecciones primarias que se celebran en nuestra ciudad para elegir al candidato de una formación política, en este caso el PSC, a la alcaldía.

Sirvan de ejemplo la finalización de las obras del Hospital del Mar (28 millones), la incorporación de 2.000 nuevos usuarios al servicio de atención a la dependencia (25 millones), 80.128 ayudas más a vivienda para familias (25 millones), la construcción de seis nuevas guarderías (12 millones), la atención a 2.500 jóvenes en paro con cursos ocupacionales (25 millones) o la congelación de la subida de tarifas del transporte público (otros 25).

Trias demuestra, con los números de esta liquidación, que no tiene ni las ideas, ni el liderazgo, ni la sensibilidad social que Barcelona necesita ahora. En otras palabras: cuando más prisa tenemos, conduce con el freno de mano puesto. Al hilo de sus propias palabras, pronunciadas recientemente, quizá sí que debería someterse a unas primarias de su partido. A ver si se atreve, aunque crea que las puede ganar de calle. Pero de momento forma parte de un smart party: su elección siempre ha sido digital.