El modelo territorial

Cultura e identidad federal

Pese a ser uno de los países más descentralizados de Europa, a España no se la reconoce como tal

Cultura e identidad federal_MEDIA_1

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JOAQUIM COLL

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La actitud más frecuente de los federalistas ante los debates identitarios es expresar desdén e intentar huir de ellos. Tendemos a refugiarnos en una posición racionalista cuyo resultado ha sido entregar por completo el terreno emocional a los nacionalistas de uno u otro lado. En Catalunya, muy en particular, la relación con los símbolos comunes españoles nos sigue resultando incómoda desde la cultura del catalanismo. A menudo, para explicar determinadas actitudes aludimos aún al peso del franquismo. Pero no podemos ser eternamente prisioneros del pasado, ni encastillarnos en un lamento sobre lo que no fue que acaba resultando contradictorio con un proyecto auténticamente federal.

En este sentido, la reciente visita del exministro canadiense Stéphane Dion ha arrojado mucha luz sobre esta cuestión. «El federalismo es indisociable de la identidad plural», afirmó, pues «para que funcione una federación no es necesario solamente que sus poblaciones diversas se identifiquen con su respectiva región, sino que tengan también un sentimiento común de pertenencia al país. El federalismo canadiense puede funcionar únicamente si sus ciudadanos, incluidos los quebequeses, se definen también como canadienses».

El federalismo es unión en la diversidad y, por tanto, obliga a todas las partes. Exige una actitud de lealtad hacia la federación, pero también de reciprocidad del Gobierno y las instituciones federales hacia las partes federadas y de escrupuloso respeto a su autonomía. El federalismo es un principio de equilibrio entre los territorios y la unidad de un país en su conjunto. «Su éxito exige que todos los niveles de gobierno afectados se adhieran a una verdadera cultura de cooperación», nos dice Dion. Es la fusión de la libertad y la solidaridad: «La libertad de cada Gobierno de legislar en los campos que le asigna la Constitución, y la solidaridad que une a todos los gobiernos y a todos los ciudadanos con el propósito de promover el interés de todo el país. Un federalismo eficaz es más que un sistema de gobernanza: se trata de un régimen que vincula el aprendizaje de la negociación con el arte de la resolución de conflictos. La apuesta del federalismo es reconocer que la diversidad no constituye un problema, sino un activo valioso».

Si trasladamos las palabras de Dion al caso español observamos dos cosas que están en la raíz de una parte de nuestros problemas. La primera es que el modelo autonómico carece de espíritu federal. Aunque España es uno de los estados más descentralizados de Europa y su estructura tiene evidentes trazos federales, políticamente no se reconoce como tal.

No existe una cultura de gobierno compartido entre la Administración general del Estado, las autonomías y los ayuntamientos. Primero, porque en la Constitución casi nada se previó al respecto, pues los constituyentes no quisieron aventurar hasta qué punto iba a generalizarse la descentralización. Y segundo, porque en los sucesivos gobiernos españoles ha predominado una visión excesivamente vertical de las relaciones con las autonomías, aunque otras veces ha sido sustituida por una relación bilateral, sobre todo con Catalunya, el País Vasco y Canarias, en ocasiones como moneda de cambio para determinados apoyos parlamentarios. Como consecuencia ha habido un tardío y, en muchos casos, raquítico desarrollo de los instrumentos de cooperación autonómica, como las conferencias sectoriales.

Finalmente, la todavía no alcanzada reforma del Senado, que debería haber sido transformado en una cámara de representación autonómica con competencias legislativas propias, expresa esta enorme miopía política para dotar de cultura federal a un modelo territorial sin identidad definida. Difícilmente España podrá profundizar en sus rasgos federativos si no se reconoce como tal mediante una reforma constitucional.

El segundo apunte es que el problema de las identidades constituye el principal obstáculo para que avance el federalismo en nuestro país. Necesitamos afrontar esta cuestión con urgencia y construirla por lo menos sobre dos pilares. Por un lado, el federalismo como sinónimo de cooperación y fraternidad en todos los ámbitos de la vida social y, por otro, como expresión inequívoca de que Catalunya y España (también Europa) son partes del mismo proyecto.

La identidad dual de los catalanes es un dato incontestable de la realidad sociológica, incluso ahora que el independentismo aparece como hegemónico. Por eso, la clave del éxito pasa por un discurso catalanoespañol desacomplejado frente a ambos nacionalismos. La identidad federal no es la conllevancia de identitades sino la suma. Y tener muy claro que nuestro objetivo no es solo acomodar mejor Catalunya dentro del Estado sino federar España.