El incómodo Divjak

El general Jovan Divjak mostrando este lunes el galardón que recibió en el Parlament de manos del Institut Català Internacional per la Pau.

El general Jovan Divjak mostrando este lunes el galardón que recibió en el Parlament de manos del Institut Català Internacional per la Pau. / periodico

JOAN SALICRÚ

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Reencuentro de la numerosa familia bosnia catalana –no de la comunidad bosnia catalana, que sería otra cosa- este lunes en el ParlamentParlament en ocasión de la entrega a Jovan Divjak, el general serbio que dirigió la defensa de SarajevoSarajevo durante el principio de la guerra, del premio Constructors de Pau concedido por el Institut Català Internacional per la Pau. “Bosnio nacido en Belgrado”, según su propia definición, que insiste en superar la adscripción de las personas a una etnia determinada e invita a que éstas participen de un proyecto de sociedad multiétnica formada por ciudadanos libres.

Primera constatación: algo muy fuerte debió de sacudir la sociedad catalana para que, casi 20 años después del movimiento de ayuda a Sarajevo y las otras ciudades de Bosnia que surgió espontáneamente desde distintos lugares de Catalunya, una convocatoria de esta temática siga congregando multitudes un lunes por la tarde. Entre ellos al president Maragall, impulsor desde la alcaldía de Barcelona del Distrito XI de cooperación con la capital bosnia; con su mirada mostraba la satisfacción de una historia de amor que seguro recuerda bien y que relató emotivamente Manel Vila, el técnico municipal responsable de la operación.

Barcelona y Catalunya no se olvidan de Bosnia y solo hacía falta ver la cara de emoción de todos los presentes ante la mirada del general retirado –retirado del ámbito militar, que no de trabajar en pro de la comunidad como hace desde una ONG que trabaja en el ámbito educativo-.   

El perfil de este 'gentleman' afable, afectuoso, profundo y divertido resulta extremadamente interesante, porque Divjak es un hombre incómodo. Para todos. Y los hechos lo demuestran: el gobierno legítimo de Bosnia y Hercegovina, que en un principio subrayó su base multiétnica con la presencia en las altas esferas del ejército de personalidades como él –de origen serbio- o del croata Stjepan Siber, lo mandó a la reserva en 1994, un año antes de que terminara la guerra.

Hay que tener en cuenta que, especialmente en el 1er Cuerpo de Sarajevo, cuando empezaron las hostilidades, el 25% de sus miembros no era musulmán, con lo que se mantenía la idea no de un ejército étnico bosnio-musulmán sino de un ejército democrático integrado por miembros de las distintas etnias. 

Poco a poco, no obstante, la inercia etnicista del conflicto hizo que el presidente Alija Izetbegovic prefiriera amortizarlo mandándolo a llevar a cabo otro tipo de tareas, de tipo civil –no se reconciliarían hasta el lecho de muerte del carismático presidente bosnio, fallecido en 2003-.

Hablábamos de un hombre incómodo para el gobierno de Bosnia y Hercegovina. Pero también es un hombre incómodo para Serbia que, tres años atrás, en marzo de 2011, pidió y consiguió su arresto durante cinco meses en el transcurso de una estada en Austria. Belgrado insistía desde hacía años en la culpabilidad de Divjak en los llamados hechos de la calle Dobrovoljacka, en los cuales murieron varios oficiales del ejército yugoslavo.

Fue el 3 de mayo de 1992, durante un canje entre el presidente Izetbegovic –en manos de los radicales serbios después de un viaje al extranjero- y el general Kukanjac del ejército yugoslavo –la caserna del cual estaba rodeado por el ejército bosnio-. Él, que era el responsable de la operación, siempre ha defendido su inocencia y de hecho existe un vídeo de la televisión bosniana donde se le ve ordenando a sus subordinados que dejen de disparar. Pero no es suficiente y en la orden de arresto enviada a Viena, Serbia afirmaba que habían muero 42 soldados –aunque el propio Kukanjiac ha afirmado que solo fueron seis-. En el fondo, en Serbia no se le reprocha este hecho en concreto sino que, siendo serbio, dejara de lado su procedencia étnica y escogiese vivir en una Bosnia multiétnica con “los otros”.

Lo cierto es que el testimonio de Divjak es aún fundamental a día de hoy para que el relato de los hechos coincida lo más posible con la realidad. Y la realidad es que, como mínimo en los estadios iniciales de la guerra, la presencia de Divjak en el ejército de la República de Bosnia y Hercegovina –escribió Montserrat Radigales en EL PERIÓDICO- “encara perfectamente la negación de la lucha tribal. Porque de lo que se trató en realidad es de una guerra entre la civilización y la barbarie”, entre aquellos que eran libres y se sentían ciudadanos de un país y los que aún necesitaban apelar a su origen étnico para reconocerse.

Y las palabras de ayer en Barcelona del “serbio que defendió Sarajevo” también sirven para recordar el precio que tuvo la paz de Dayton en 1995, el precio de parar las hostilidades aceptando gran parte de las decisiones tomadas por la guerra: un estado casi inexistente dividido en dos miniestados casi independientes con una economía destrozada y con una casta política que no es capaz de superar sus recelos de dos décadas atrás. Aunque las protestas registradas a inicios de este 2014 en todo el país por parte de una nueva generación de bosnios invitan a ser optimistas, sólo los niños y adolescentes con los que Divjak trabaja en su ONG serán los que podrán vencer esas resistencias y construir una Bosnia y Hercegovina multiétnica y de futuro.