No somos nadie

RISTO MEJIDE

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Cómo se nota que se acercan comicios. Comicios, comicios, comicios, si lo pronuncias lo suficiente en medio de cualquier plaza, acabas rodeado de ratas voladoras, frutos secos y globos de helio con forma de Bob Esponja. En este caso son europeos, que es ese limbo político al que van a acabar de pudrirse las carreras que ya empezaban a oler por aquí. Patada hacia arriba con patada en la boca y voladora. Reduce ras.

Se acercan comicios. Lo notarás porque parece que de repente, se nos hace caso. Parece. Lo notarás porque de repente todo aquello que parecía imposible ya no lo es. Parece. Y lo notarás enseguida porque ya se empieza a escuchar por todos los medios de comunicación justamente lo que querías escuchar, lo que necesitabas oír. Qué casualidad, oye. Y si encima tienes la suficiente ingenuidad, fe, juventud, o una peligrosa combinación de las tres, de pronto te encuentras diciéndote a ti mismo las palabras mágicas: por fin.

Nada más lejos de la realidad. La realidad es que eres un engorroso trámite por el que han de pasar algunos -ni siquiera todos- para renovar sus apolilladas poltronas. La realidad es que eres un peaje incómodo, un bajón en el camino, un burdo miembro del populacho representado en un mísero voto al que hay que volver a embadurnar, embaucar y atontar para poder seguir viviendo de tus impuestos e ignorándote durante cuatro años más. Y si no vas a votar, oye, pues mejor, que ya votarán los que me interesa que voten.

Eh, pero no me pongas esa cara. Que es la fiesta de la democracia. Diviértete, va y pensemos en positivo: por unas semanas, de pronto, ya no somos nadie.

No somos nadie. A que ya no. A que de pronto interesamos. Qué maravilla. Dejad que las señorías se acerquen a mí. Que me digan lo importante que soy para ellos. Que me doren la píldora del día después. Que me hagan la cama, el desayuno y el café para todos. El salto del tigre. El día de la marmota. El rabo de toro con pie de rey. Botswana mon amour.

No somos nadie. Ya no. Y cada vez menos. Ya verás. ¿Apostamos? Lo que está ocurriendo es algo muy parecido a un divorcio histórico y traumático entre poder, influencia y notoriedad.

La notoriedad es impacto, repercusión, la bala de fogueo de la comunicación. Cuando estalla todo el mundo se gira, sí, pero acto seguido todos siguen con su vida, y aquí no ha pasado nada y a otra cosa, Ana Rosa. Noticias que duran lo que tardas en olvidar un tweet. Y pensar que aún hay gente que se vanagloria por tener más seguidores que otros, por ser más conocido en las redes sociales, por tener más amigos dándose de posts contra un muro o por ser reconocido por la calle de su pueblo o circunscripción.

Luego están los que en teoría ejercen el poder, que cuanto más se preocupan por ganar en notoriedad, más pierden en influencia. Ni auctoritas ni potestas, ni ná de ná. Sólo coerción, titular fácil, «y tú más» y decreto ley. Y a veces, ni siquiera eso. No sientas pena, que ya te veo sufrir por ellos, piensa que se lo han ganado. Y que una vez iniciado el proceso de deslegitimación, es muy difícil, por no decir imposible, darle la vuelta a semejante tortilla. O realizan un borrón y cuenta nueva o seguirán de mal en peor. Pobrecitos oye.

Y por último, los que ganan en influencia, que ya no son políticos, ni siquiera individuos, sino comportamientos. Comportamientos que, por primera vez en la historia, es muy difícil asignarles un líder, un único representante. Y es que la única política en la que la gente sigue creyendo es la política de los hechos. De ahí que los políticos estén tan preocupados por la crítica cargada de influencia. Porque los hechos los dejan a todos en pelotas.

Si de pronto, alguien con más credibilidad que ellos -ya, ya sé que eso es muy difícil- les envía un mensaje que no les gusta, lo tildan enseguida de demagogo o populista. Normal. La política hay que dejársela a los políticos, que son los profesionales, los preparados, los expertos en el tema. Los demás no debemos opinar, no tenemos ni de lejos la formación, competencia y experiencia contrastada que ellos han demostrado imputación a imputación.

Y en mi opinión, ahí es justo donde deberíamos estar todos. Y cuando digo todos, es todos. Opinando, sí, con la información que cada uno tenga. Con la opinión que cada uno sea capaz de construirse. O de tomar prestada, da igual. Eso es lo que realmente temen. El intrusismo en su mamoneo profesional. Y es que el asunto se nos jodió en cuanto dejamos la política en manos de los políticos. Ahí es donde todo empezó a irnos mal.

Se acercan comicios y no somos nadie.

Pero que no pánica el cundo.

Después de las elecciones lo volveremos a ser.