Violenta Europa

EVA PERUGA

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Que levante la mano la lectora que no haya sido objeto de un acto de violencia machista, la  máxima expresión de la desigualdad entre hombres y mujeres. Una forma idónea para que el día internacional de la mujer no se quede en una jornada testimonial es la de arrojar luz sobre esa realidad encubierta con la palabra más criminal, normal. Es un hecho significativo que la primera encuesta sobre la violencia contra las mujeres en los 28 países de la UE, la mayor y más profunda jamás hecha, haya corrido a cargo de la Agencia para los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA). Si un tercio de las europeas sufren agresiones físicas y sexuales no es un dato suceptible de archivarse en una carpeta concreta. Porque las cifras del sondeo fracturan los cimientos en los que aún se sostiene Europa, sus valores y el respeto a los derechos humanos. Con la macroencuesta en la mano, la ciudadanía europea puede preguntarse qué hacer con este borrón en su expediente de cultura, de educació, de economía, de derechos y de cohesión social. O asumir la existencia de un conflicto interno por el que se establecen, de entrada y por género, más de un nivel de desarrollo, oportunidades, cuidado y seguridad. Cuántas mujeres, tras conocer el informe, han recordado episodios de violencia, en cualquiera de sus múltiples formas. Las que saben identificarla, claro. Tocar, decir, forzar, insinuar.

«Deberíamos preocuparnos porque en un lugar con democracia las mujeres tienen miedo a denunciar la violencia que se ejerce contra ellas», se escuchó esta semana en la presesentación del infomre en Bruselas. ¿Qué pensaríamos si alguien no denunciara el robo de su coche o de su cartera? ¿Sospecharíamos de él? Los niveles de confianza femeninos en la protección, la atención o el castigo del agresor son tan bajos como si de países sin justicia, policia o sociedad desarrollada se tratara.

La existencia de categorías ciudadanas diferentes está tan arraigada que el término normal se convierte en un monstruo que silencia esas agresiones diarias y en todas partes denunciadas por la UE. ¡Qué caiga ese gigante! No es normal la violencia, no lo es tampoco en el seno de la familia, y esta no es una sociedad normal puesto que en ella conviven no solo los agresores con las agredidas, sino las personas que callan aunque todo transcurra ante sus ojos. Bajo el paraguas de la falta de leyes también se esconde un gran parte de la sociedad, especiamente hiriente en el caso de los legisladores. Cuando esta semana le fue arrojado a la cara de la Comisión Europea el informe de violencia, esta se defendió citando unas cuantas directivas. Tenemos legislación europea y tenemos de cada Estado, así que la pregunta es: ¿por qué no se aplica completamente?

La violencia contra las mujeres es específica porque tiene lugar contra ellas por el hecho precisamente de ser mujeres. De ahí que en todas sus formas, y las hay de nuevas como las desarrolladas en el ciberespacio, no se distinga ni edad ni condición. La extensión de las agresiones en la UE desmienten el estereotipo de vincular la agresión con la falta de recursos y llama a corregir ese efecto rutinario por el que solamente se le da visibilidad a la violencia cuando esta ya ha causado la muerte. Los datos y las explicaciones de las 42.000 mujeres encuestadas nos gritan que al asesinato se llega a través del plácido camino de la normalidad con la que se acepta la violencia cotidiana en todas partes. Las leyes no pueden luchar contra la campaña por las supuestas denuncias falsas a pesar de que las cifras son apabullantes: las denuncias por violencia están muy por debajo de los actos de violencia generalizada en toda Europa. Los datos son necesarios. Negando esta realidad desatendemos las necesidades de millones de mujeres y sus hijos y reproducimos su sufrimiento. ¡Oh, Europa!