Los jueves, economía

El pegamento que evita la fractura

La familia y las oenegés han hecho que en España la crisis no haya tenido expresiones violentas

ANTÓN COSTAS

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Con ocasión de una reunión con representantes de varios fondos de inversión extranjeros a la que asistí hace unas semanas, pregunté por qué querían volver a invertir en España si nuestra situación económica y social continuaba siendo frágil. Me sorprendió la respuesta. Volvían a confiar en España para sus inversiones no solo porque los activos -las empresas, las casas- tienen ahora unos precios baratos en relación con los rendimientos que pueden dar, sino porque veían que el país funcionaba a pesar de la dureza con que la crisis ha castigado a la sociedad. Que el transporte público funciona, las calles están limpias, se puede pasear de noche sin miedo a ser atracado, y cosas así. Podría parecer una respuesta cínica, pero tiene calado. A la vez, es una respuesta que plantea nuevos interrogantes.

¿Por qué a pesar del elevado paro, especialmente juvenil, del aumento de la pobreza y la desigualdad o de las situaciones de marginación no ha estallado un conflicto social en España, una fractura social?

Entiéndanme bien. No estoy diciendo que no exista un profundo y generalizado malestar social. Ni manifestaciones sociales de ese descontento, como los movimientos de los indignados, del Stop Desahucios, contra los recortes de gastos sociales y otras formas de expresión de conflicto social.

Pero no deja de sorprender que este malestar no haya tenido una expresión social más violenta, como ha ocurrido en otros países. Ni que no haya habido, pongo por ejemplo, un aumento significativo de la inseguridad en las calles, de la delincuencia, como es frecuente durante las crisis económicas.

¿Cuál es el pegamento que, a pesar de todos estos destrozos familiares y sociales que han traído consigo la crisis financiera del 2008 y las malas políticas, permite a la sociedad española mantener un relativamente elevado grado de cohesión social que ha evitado hasta ahora la fractura violenta? Ese pegamento tiene dos componentes básicos. Por un lado, la fortaleza de los lazos familiares; de lo que coloquialmente podríamos llamar el familiarismo español. Por otro, la existencia de un gran activismo de muchas organizaciones sociales que de forma altruista están haciendo frente a la cara oculta de la crisis.

El familiarismo, la solidaridad interna de la familia en España, es un elemento básico para entender cómo no ha saltado por los aires la convivencia en una sociedad en la que el paro está por encima del 25% y, especialmente, en la que más del 50% de los jóvenes menores de 33 años están en paro. Esa solidaridad familiar actúa de pegamento social. En otras sociedades, como las anglosajonas, no es tan potente. Los niveles de desempleo español las habrían hecho saltar por los aires. Por eso los analistas y los inversores extranjeros se sorprenden y valoran la resistencia a los destrozos de la crisis.

El canto a esta solidaridad familiar no puede hacernos olvidar su lado oculto: la baja tasa de emancipación de los jóvenes. Más del 60% de los que tienen entre 19 y 33 años aún viven en el nido de los padres. No hay ningún otro país donde ocurra lo mismo. Esto no es bueno para los jóvenes, para la formación de su personalidad, para su cultura moral. Ni es bueno para la capacidad de innovación, porque una baja emancipación no favorece la asunción de riesgos y la innovación. Pero esto es asunto para otro día.

El otro componente del pegamento es la existencia de un número elevado de organizaciones sociales que de forma altruista dedican esfuerzos, tiempo y dinero a socorrer y paliar los efectos más duros de la crisis en los barrios más golpeados por la crisis y el paro.

Esfuerzos dedicados a evitar la malnutrición de niños y mayores, y que las personas más golpeadas por la falta de empleo se vean excluidas, pierdan la autoestima y la dignidad y se queden tiradas en la cuneta, sin posibilidad de incorporarse a la vida laboral cuando la economía vuelva a funcionar.

Pero siendo importante, por sí solo este pegamento familiar y social no es suficiente para mantener la cohesión a largo plazo y evitar el conflicto social abierto. Hacen falta políticas públicas.

La sociedad funciona. Pero falla la política. Necesitamos una política económica que se comprometa con la creación de empleo. El empleo  no es una condición de eficiencia de la economía, es un derecho humano fundamental. Y necesitamos políticas públicas que garanticen dos bienes básicos: la educación y la sanidad. Empleo, educación y sanidad pública son los fundamentos de una sociedad decente.

Lo que los ciudadanos esperan de la política es que sepa mantener los fundamentos públicos necesarios para una vida digna. Pero, hoy por hoy, eso no sucede.