El vuelco de Kiev

Maidán, la caída de un régimen

La situación que deben afrontar las nuevas autoridades de Ucrania es extremadamente difícil

CARMEN CLAUDÍN

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La resistencia de los ciudadanos ucranianos que, durante meses, han salido a la calle desafiando un frío glacial, las fuerzas especiales y finalmente las balas, ha conseguido derrocar el régimen en apenas dos días. Deserciones de diputados, diplomáticos y policías, un jefe de las Fuerzas Armadas que se niega a intervenir contra el pueblo... Cuando un Gobierno se hunde, se nota. El presidente dimitido repite el argumento ruso del golpe de Estado y el asalto de fascistas. Pero es su huida la que ha creado el vacío de poder, y todas las medidas que se han tomado desde entonces han respetado el marco de la legalidad vigente.

Impresiona ver la calma y responsabilidad con la que se ha portado la gente hasta ahora. Ningún amago de pillaje o de justicia expeditiva. Los nuevos líderes han actuado de forma sorprendentemente eficaz para restablecer el funcionamiento de las instituciones y evitar el descontrol. Por amplia mayoría y en una capacidad legalmente prevista, el Parlamento ucraniano ha dotado al país de un presidente interino que tendrá que llevar a cabo la hoja de ruta aprobada por los diputados hasta las elecciones presidenciales.

La velocidad con la que ha caído el régimen demuestra hasta qué punto sus fundamentos eran débiles. Incluso los oligarcas, su principal apoyo aparte de los órganos de represión y un sistema judicial cautivo, habían empezado a distanciarse del presidente. Yanukóvich representaba la amalgama entre poder político y poder económico. Hasta que él y su entorno empezaron a amasar fortunas y descuidar los intereses de los demás oligarcas. Otra razón del distanciamiento fue el acercamiento a Rusia tras la negativa de Yanukóvich en noviembre del 2013 a firmar el acuerdo de asociación con la Unión Europea, algo que ponía en peligro los intereses comerciales de los grandes empresarios. Si bien Rusia y la UE ocupan lugares muy parecidos en el comercio exterior de Ucrania, las inversiones europeas en el país multiplican por diez las rusas. Algo que ningún empresario puede permitirse pasar por alto.

Con todo, la situación que tienen que afrontar las nuevas autoridades es extremadamente difícil. Lo que se abre ahora es una carrera de obstáculos de talla. Para empezar, el movimiento de oposición era, y sigue siendo, muy heterogéneo en su composición política: desde partidarios claros de una integración con la UE hasta grupos de ultraderecha que poco tienen que ver con los valores de aquella. Y además está Maidán, entendido como toda la gente anónima que ha luchado sin respiro pero que no se reconoce en ninguno de los líderes de la protesta. Lo único que los ha unido hasta ahora ha sido conseguir acabar con el régimen. Cumplido el objetivo, queda por ver cómo afectarán estas divisiones internas al proceso que ha de llevar hasta el veredicto electoral.

Además, Ucrania es un país al borde de la bancarrota. En noviembre del 2013, el entonces primer ministro justificó la decisión del Gobierno de suspender los preparativos para la firma del acuerdo de asociación con la UE por las duras condiciones del préstamo del FMI que el Gobierno esperaba (sin haber cumplido ni en ese momento ni antes las reformas requeridas). Rusia, en cambio, declaró enseguida que estaba dispuesta a ayudar a su vecino con un préstamo de igual cantidad, 15.000 millones de dólares. Ahora, Moscú ha suspendido su compromiso a pesar de que el presidente Putin había declarado recientemente que esa ayuda se mantendría aunque cambiara el Gobierno, porque estaba «dirigida al pueblo ucraniano».

El tercer problema, y probablemente el mayor reto ahora, es la división del país entre, simplificando, prorrusos y proeuropeos. Hay que entender que esta división no es ni étnica ni lingüística sino claramente política, entre dos modelos de gobernanza. Conviene recordar, por ejemplo, que la abrumadora mayoría de los ucranianos -incluidos los rusófonos, que ni de lejos son todos prorrusos- votaron por la independencia de Ucrania en diciembre de 1991, con más del 90% de votos a favor. Incluso en Crimea, la región claramente dominada por una población rusa históricamente más reciente, el  rebasó el 50%. Más recientemente, una encuesta de opinión de  noviembre del 2013 muestra que un 50% los ucranianos del este y el sur del país se han pronunciado a favor de la opción europea. Con todo, no cabe duda de que la nueva situación y las incertidumbres que la acompañan han despertado un mayor recelo en ese lado del país, tanto en una parte de la población como en las autoridades locales, muy comprometidas con el antiguo régimen. Pero es de la península de Crimea, la única república autónoma de Ucrania, con base naval rusa y que ya ha dirigido varios llamamientos a Rusia, de donde probablemente pueden provenir los mayores problemas.