Urge un reset

EVA PERUGA

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Internet ha revolucionado el campo de la comunicación convirtiendo a todo el mundo en transmisor, imponiéndose la pluralidad y la modificación del mensaje. De la misma manera que la red y todas las herramientas tecnológicas son fuente de oportunidades para las personas despojadas del control del mensaje también finalmente resultan espacios nuevos rendidos a viejos estereotipos. Así el correo electrónico y Facebook son las dos plataformas más utilizadas para cometer abusos contra las mujeres. Pero al tomar el pulso a las diversas formas de acoso y de maltrato registradas en la red emergen unas cifras poco elevadas. Ningún reflejo de la realidad. El nivel de consciencia de que la amplia panoplia de acciones vividas a diario por las féminas en el mundo digital constituyen acoso es muy bajo. Porque este tipo de comportamientos virales son historias paralelas con otras formas de maltrato, incluido el registrado entre las parejas. Dolores Morondo, coautora del libro Acoso sexual por razones de género en las empresas y la Administración, constata lo que sucede en el mundo tangible: si en estos momentos un 14,9% de las mujeres trabajadoras en el Estado padece acoso sexual (técnico), tan solo un 9,9% percibe haberlo sufrido (acoso declarado). Es pues la punta de iceberg.

El superior conocimiento tecnológico de los hombres se instrumentaliza no solo para ejercer un férreo control sobre sus parejas sino para también establecer un perfil distorsionado de la víctima del que puede beneficiarse.

Internet está conectado con la realidad de nuestra sociedad, y en ella la agresión verbal y física contra las mujeres, incluidos los soterrados micromachismos, son el pan de cada día. Por eso resultan un tanto ingenuas algunas exploraciones académicas preguntándose aún por qué las féminas reciben una cifra de mensajes de acoso y de contenido sexual desproporcionado respecto a los hombres cuando ambos pueden empatar en la recepción general.

La necesidad de poner coto a estos agresores de la red, de empujar a la elaboración de una legislación apropiada para pararles los pies, tiene carácter de urgencia. Ha transcurrido tiempo suficiente como para conocer el impacto que estas agresiones tienen en las iniciativas de las mujeres. Dar el paso tecnológico no ha sido fácil para ellas por cuanto partían ya de una clara desventaja. Su incorporación al mundo virtual ha resultado tener las mismas consecuencias que en la vida real. Los perfiles de mujeres son atacados con la misma ceguera misógena. Al difícil paso de intentar que su voz se escuche en igualdad de oportunidades se añade el superar el obstáculo de la descalificación, el insulto o la amenaza directa. Una primera consecuencia puede ser la batida en retirada de aquellas que tenían intención de desarrollar un trabajo en internet. Muchas son las profesiones que tienen lugar en este espacio y muchas las mujeres contra las que se ejerce acoso por el hecho de ser mujeres, sin entrar en los contenidos ni en las ideologías manejadas por ellas. En definitiva, un golpe a su libertad y una patada a esa puerta abierta al empoderamiento que han sido y son también herramientas como Facebook o Twitter, por citar los clásicos más conocidos y usados por la mayoría de las féminas.

La policía y los jueces deben ponerse al día en el conocimiento de estos avances y en las consecuencias de estas agresiones. Para una fémina, tener un perfil público en la red puede tener un precio elevado. La realidad de estos delitos online está aún soterrada porque muchas mujeres desconocen que están siendo sometidas a ellos y porque no saben a quién y dónde dirigirse para evitar encontrarse en esa situación que se vive como un peligro. Y no hace falta ser una mujer conocida para sufrirlos.