Geometría variable

Garrigues contra el desencuentro

JOAN TAPIA

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Antonio Garrigues Walker (80 años, pero con la vitalidad intelectual intacta) ha vuelto a Barcelona a presentar su libro Las otras transiciones, que ganó el premio Jovellanos de ensayo del 2013. Su padre, Antonio Garrigues Diez-Cañabate, fue uno de los dos ministros demócratas de Arias Navarro (el otro era Areilza) para empezar a enterrar el franquismo. Su hermano Joaquín fue la gran esperanza de los liberales de UCD hasta que la leucemia lo liquidó en 1980. Ha sido el motor de una exitosa firma de abogados fundada por su padre y su tío Joaquín (todos los juristas estudiaron su manual de derecho mercantil). Colaboró con Miquel Roca (después un competidor profesional) en el abortado Partido Reformista. Encarna lo mejor del liberalismo español, siempre a la izquierda (más por ilustrado que por progre) del partido gobernante.

Y en el Cercle d'Economia (referente permanente del diálogo entre Barcelona y Madrid) expuso su dictamen. El primer obstáculo es la miopía española. Tenemos una visión demasiado pesimista de nosotros mismos. Sí, la economía y la política no van bien y no tenemos el entusiasmo de la transición cuando «la pasión por la democracia, por Europa y el querer ser un país normal» daban mucha fuerza. Exageramos nuestros problemas porque no vemos que en todo el mundo cuecen habas. Suelta un aluvión de telegramas: Portugal y Grecia están peor. Italia sufre inestabilidad. Francia tiene un sector público insostenible. Alemania ha debido recurrir a la gran coalición. Holanda ha perdido la triple A. En una Europa que crece poco, España no puede ir mucho mas allá pese al milagro exportador. Y Estados Unidos padece la radicalización del partido republicano y del Tea Party. Japón lucha por salir de la deflación. Y los países emergentes pueden... sumergirse.

Hacemos los debates pequeños. Poner en cuestión radicalmente todo es insensato. Sí, crece la desigualdad, pero en todo el mundo. En Estados Unidos hay sectores en los que los salarios son una tercera parte inferiores a los de hace seis años. Sí, tenemos un envejecimiento de la población que resta vitalidad y que amenaza las pensiones (el promedio de hijos por mujer es de 1,3 y para mantener la población debería ser de 2,1). No apostamos por la investigación, la corrupción daña la confianza y la salida de la crisis será lenta y con poco empleo. Y encima, Catalunya.

Aquí se explayó. El simplismo y el fundamentalismo son inútiles porque el índice de complejidad es alto. La democracia no es el acuerdo, sino saber vivir en el desacuerdo. Parece que las dos partes estén jugando una partida de póquer. Hay deseo (aquí adoptó un aire notarial) «de arreglar las cosas», pero las sinergias políticas son cuellos de botella. Entre elección y elección no hay un momento de calma; ahora vienen las europeas y de aquí al 9 de noviembre las posibilidades de colisión son infinitas. Se han hecho mal las cosas, no se sabe corregir el rumbo y ya se han dicho todas las tonterías posibles. La sociedad civil debe lanzar colchones que ablanden. El mundo empresarial tiene voluntad y lucha por restablecer la confianza. La aceptación de la realidad y la generosidad son esenciales. Luego, en conversación privada, Garrigues dice que percibe demasiado miedo en una sociedad catalana que en otro tiempo hizo cosas tan importantes para España como el IESE y Esade.

¿Cómo digirió a Garrigues el Cercle? Pilar de Torres aseguró que era difícil dialogar con un partido que se había comportado con tan malos modos (en el Tribunal Constitucional). Y Jordi Pujol se removió incómodo: Montoro, dijo, es poco serio (balanzas fiscales); esto es mucho más que un partido; España no merece confianza; Catalunya ha salvado mucho (la última vez, permitiendo, «contra los patriotas españoles», el paquete de ajuste de Zapatero del 2010). Esto no se soluciona -advirtió al Cercle- con una gran obra pública. Eran las 14.30 horas y Antón Costas cerró el acto con una cuádruple receta: transparencia, diálogo, tiempo y paciencia. En la calle, un socio del Cercle me dice que Garrigues «ha estado bien, pero es el mundo de ayer». ¿Es Pujol más de hoy?