El PSOE y Catalunya

JORDI MARTÍ

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El pasado domingo, como si estuviera previamente planificado, coincidieron Susana Díaz y Felipe González. Por la mañana, la presidenta andaluza en La Farga de L'Hospitalet defendiendo la reforma federal de la Constitución para resolver los problemas entre Catalunya y España; por la noche, en el siempre necesario 'Salvados', el expresidente español cara a cara con Artur Mas, donde soltó esta sentencia, definitiva: “la vía hacia la autodeterminación no existe”. El pasado lunes, discretamente, Alfredo Pérez Rubalcaba se reunía con las élites económicas catalanas para tratar de acercar posiciones en el conflicto. Hay que aceptar, hay que reconocer, una evidencia inapelable: el PSOE, mucho más que el PP, es consciente del desafío que Catalunya está planteando y empieza a dibujar una estrategia con que hacerle frente. La reforma de la Constitución en clave federal es el contenido --aunque de momento demasiado impreciso si atendemos al documento de Granada--, pero lo más importante son los gestos, más o menos evidentes, en las tres intervenciones; gestos dirigidos a convertir en imposible los objetivos del adversario.

Federalismo y Estatut

El cara a cara de Mas y González nos envía un mensaje diáfano: por parte socialista es el PSOE quien ocupa la posición de contraparte al Govern de Catalunya. Rubalcaba reunido con el G6 catalán rubricaba la estrategia. Hay vida inteligente en Ferraz y saben generar los marcos que pueden influir en la opinión pública. Mientras tanto, Susana Díaz --que trató de emular los baños de masas de González en el pasado, aunque justo llegó a convocar un millar de ciudadanos-- era a quien le tocaba poner los siempre peligrosos sentimientos sobre la mesa. La misión encargada a González, el activo simbólicamente más importante del socialismo español, era enterrar la posibilidad de la secesión incluso con un recurso excesivo e injustificable: la mención tangencial a los Balcanes. Rubalcaba, a su vez, escenificaba que es el PSOE y no el PP quien dispone de los puentes de diálogo con las élites catalanas. La estrategia es buena, pero me temo que antigua: conseguir convencer que la independencia es imposible, y así hacer aparecer el federalismo como la opción viable y posible. Parece pensada para la Catalunya de antes de la sentencia del Tribunal Constitucional y obvia todo lo que ha pasado después. La mención, susurrada por Susana Díaz, a los posibles errores en el proceso del Estatut son una buena prueba. El pícaro de Maragall ha dejado plantada una bomba de neutrones que difícilmente se resolverá entre despachos y dosis de Lakoff.

En el lado del PP sólo García-Margallo parece haberse dado cuenta cuenta de la importancia del conflicto. Primero, contribuyendo a internacionalizarlo con el famoso y extenso informe enviado a las embajadas españolas; después, hace pocos días, en el mismo Congreso negando cualquier posibilidad de consulta y coincidiendo con el PSOE. En vez de ofrecer algo para reconducir el malestar de una gran mayoría de catalanes, que es lo que intenta el PSOE, el ministro nos decía que la única posibilidad es la declaración unilateral, lo que dejaría a los catalanes aislados, fuera del mundo, y blanco de todas las desgracias imaginables. El miedo les permite, además, iniciar un proceso de recentralización. ¡Y hacerlo sin reparos!

Sin duda, son dos estrategias muy diferentes pero que parten de un mismo supuesto: la imposibilidad de la consulta y, consecuentemente, de la independencia. Sea de malas maneras o con la retórica sofisticada del viejo poder socialista español existe un objetivo común: convencer a los catalanes que hemos elegido una vía equivocada .

Transición

La sensación es que la estrategia no tiene en cuenta un dato central, relevante: la repolitización de la sociedad. La crisis y la sensación de estafa hacia aquellos que nos decían que el crecimiento no era una situación coyuntural sino el estado natural de las cosas ha provocado un efecto social que estallaba en las movilizaciones del 15M y que está teniendo continuidad en la activa presencia de los movimientos sociales en la vida política del país: desde la PAH a Gamonal. Amplias capas de ciudadanos ya no se miran el teatro de la política institucional como algo ajeno a su realidad, sino que quieren influir activamente. El 'No nos representan' es la bofetada más contundente que ha recibido la tierna democracia surgida de los pactos de la Transición. El soberanismo (que de ninguna manera se puede confundir con CiU y el 'president' Mas) también se alimenta del mismo malestar, con un PP que no deja ninguna ocasión para excitarlo. Sea como sea, la estrategia cocinada en Ferraz es muy dudoso que pueda invertir las tornas y hacer bajar el suflé. Hoy, la ciudadanía tiene ganas de decidir sobre muchas cosas y, en buena parte, ha perdido la confianza en aquellos a los que les delegaba esta capacidad. Pensar que los ciudadanos hoy aceptarán un acuerdo entre las élites de ambos lados es ingenuo. Y, añado, preocupante si es la izquierda la que encabeza esta vía.

BCN-Madrid

La apuesta por una España federal en el contexto contemporáneo sólo puede triunfar --¡y ojalá que pasara!-- si el Estado acepta su carácter plurinacional, reconoce a Catalunya como nación y acepta que la decisión final estará en manos de sus ciudadanos. La vía inglesa. Es más, este camino es lo que puede significar una regeneración en España y superar una crisis que va más allá de la dimensión económica. El pasado sábado, un tuit de Jordi Évole lo definía con humor: "Hoy España se ha levantado con una rampa". No creo que haya vuelta de hoja, y me sabe muy mal que la izquierda española no encabece con valentía una auténtica regeneración política y territorial. Para Barcelona también es esencial pues el modelo de los años 80 creció simultáneamente a la transformación profunda del conjunto de la Península. La ciudad, entonces, jugaba a competir la capitalidad con Madrid. Ya entonces, España fue poco generosa y enseguida volvió a la apuesta unívoca a favor de Madrid. Lo que no se resuelve, vuelve; y hoy sólo puede volver a sacar todo su potencial como capital de Estado. ¿La quiere España de igual a igual con Madrid?

Entre tanto, la dirección del PSC se desvanece. Si la estrategia es la del PSOE, sólo queda el papel de llevar los papeles. No hay ninguna acritud, sólo una tristeza inmensa .