Bosnia vuelve a nuestras pantallas

JOAN SALICRÚ

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Estos días vuelve a nuestras pantallas Bosnia y Herzegovina, el país de la antigua Yugoslavia que vivió entre 1992 y 1995 una sangrienta guerra –más de 100.000 muertos- entre las fuerzas leales al gobierno legítimo de la república constituida el 6 de abril de 1992 y los radicales serbios y croatas respectivamente –no fue una guerra civil estrictamente interétnica, aunque siempre se ha vendido así-.

vuelve a las pantallas no precisamente porque haya nuevos enfrentamientos interétnicos sino por las protestas violentas de importantes sectores de la población de las principales ciudades: Tuzla, Sarajevo, Zenica, Mostar, Banja Luka… (De hecho Banja Luka es una ciudad habitada por serbios, lo que demuestra que las protestas son generalizadas y no en función de intereses étnicos. Eso solo, en sí, ya es una gran noticia).

¿Por qué ocurren ahora estas protestas? Bosnia es formalmente un estado como los demás, reconocido por la ONU y las principales instituciones internacionales, pero en la práctica no funciona como un estado integral sino como una confederación: las dos partes que la integran -la Federación de Bosnia y Herzegovina, de mayoría musulmana y croata, y la República Srpska, de mayoría serbia- son dos entes totalmente autónomos, con constitución y poderes ejecutivos, legislativos y judiciales propios.

En cambio las atribuciones del gobierno central son mínimas: gestión de la política exterior, diplomática, financiera y de comercio así como de las aduanas internacionales. Por no tener, Bosnia no tiene ni presidente sino una presidencia rotatoria en la que un bosniomusulmano, un croata y un serbio se relevan cada ocho meses. Son, pues, dos entidades soberanas unidas por un pequeño cordón umbilical común.

Esto lo sabe todo el mundo en la comunidad internacional, pero de cara al exterior estas instituciones comunes son las únicas con las que los diferentes estados y organizaciones supranacionales mantienen relación. Y como quien manda en realidad son las dos entidades de forma totalmente autónoma, no hay manera de avanzar en aspectos como la integración con Europa y en general con todas aquellas políticas que permitirían que el estado bosnio funcionara. En realidad, las decisiones comunes quien las toma es el Alto Representante de las Naciones Unidas, una especie de virrey que ahora mismo recae en la figura de Valentin Inzko, porque las dos entidades no se ponen de acuerdo casi nunca -ha usado sus capacidades en más de 900 ocasiones, incluso para imponer moneda, bandera e himno conjuntos-.

Los manifestantes, de hecho, protestan contra este estado ineficiente que, hecho el retrato, es obvio que nunca podrá funcionar. Esencialmente porque los élites políticas de las tres etnias en liza no quieren ceder ningún poder -hay que tener en cuenta que la complejidad de los acuerdos de Dayton significó la aparición de 16 cámaras legislativas, 13 gobiernos, 13 primeros ministros, 130 ministros y 613 parlamentarios, con la serie de prebendas que todo el mundo puede intuir-.

La situación económica del país, como también resulta fácil imaginar, es catastrófica: el salario medio es de unos 420 euros, ni la mitad de lo que se considera necesario para sobrevivir, la tasa de desempleo -según el Banco Central- es de 27,5% de la población activa -aunque el paro real llegaría hasta el 44%- y uno de cada cinco de los 3,8 millones de bosnios viven por debajo del umbral de la pobreza. La corrupción, como también resulta verosímil, es aterradora precisamente por la falta de instituciones de control propias.

¿Cuál podría ser la consecuencia positiva de estas protestas? Que obligara de una vez por todas a la -aquí sí que el calificativo procede plenamente- clase política bosnia -de todas las etnias- a emprender las reformas para dotar de más poderes al gobierno central de manera que puedan implementarse las políticas de confianza y estabilidad institucional que se echan en falta. Llevar a cabo un Dayton 2, vaya, una evolución del acuerdo de paz sellado en esa base norteamericana, en Ohio, en 1995, que en su momento sirvió para detener la guerra pero que ya ha quedado claro que no sirve para generar una situación de paz y a la prosperidad.

Está claro que los adversarios a la cesión de competencias son absoluta mayoría -especialmente entre los líderes serbios, que temen quedar diluidos ante la etnia bosniomusulmana, mayoritaria en el país; también los croatas han creado una Asamblea Nacional propia que aspira a la creación de una tercera entidad soberana-.

De hecho, los serbios llegaron a convocar un referéndum para consultar su población sobre decisiones del Alto Representante en relación a nuevas instituciones comunes -agitando de paso el fantasma de un referéndum definitivo sobre una eventual unión con Serbia-. El primer ministro de la entidad serbia, Milorad Dodik, ha llegado a referirse al proceso catalán como la muestra de que su entidad también debería poder celebrar un referéndum para decidir libremente su futuro. Los caminos de la política son a veces auténticamente inescrutables…