La encrucijada catalana

La respuesta a las dos preguntas

Para poder votar en la consulta soberanista habría que conocer el marco de una Catalunya independiente

TERESA CRESPO

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Estoy segura de que un elevado porcentaje de la población catalana se ha planteado su respuesta a las dos preguntas de la consulta soberanista. Yo también lo he hecho, y tengo muchas preguntas que en estos momentos nadie ha respondido todavía y que me dificultan la respuesta a la segunda cuestión.

Es evidente que la relación actual con el Gobierno de España es insostenible y que es necesario un cambio radical, una relación diferente. El proceso de los últimos tiempos hace imposible el mantenimiento de un acuerdo armónico y equilibrado sin modificar el marco legal que rige nuestra autonomía. Pero cuando me pregunto por la independencia, me surgen muchas cuestiones previas.

Me pregunto si la independencia nos permitirá construir una sociedad más igualitaria, con una fiscalidad justa que haga pagar más a quienes más tienen; si tendremos un Estado del bienestar fuerte, con la inversión social necesaria para garantizar los derechos individuales y sociales de la ciudadanía; si desaparecerán la pobreza y la exclusión, no habrá nadie durmiendo en la calle porque se garantizará el derecho a la vivienda, no habrá familias sin ningún ingreso ni niños sufriendo privaciones o malnutrición y no harán falta los bancos de alimentos; si las escuelas integrarán a la población inmigrante, y si se acabará con el fracaso escolar y con el problema de enseñar en catalán.

Me pregunto también si los centros de internamiento de extranjeros desaparecerán; si la sanidad será para todos independientemente del color, la cultura, las creencias o el tiempo que se viva fuera el país; si el paro bajará hasta equipararse, como mínimo, a los niveles europeos; si las políticas activas de empleo volverán con la capacidad que requiere el momento actual; si nuestros jóvenes se sentirán útiles a la nueva sociedad y tanto si se van como si se quedan desearán trabajar para el nuevo país; si tendremos leyes justas que garanticen una renta mínima a la ciudadanía, una ley del aborto equilibrada que reconozca los derechos de las mujeres y los niños, y una ley de la autonomía personal que cubra las necesidades de las personas dependientes. Y por último, en el capítulo de las políticas sociales y del bienestar me pregunto si se hará prevención y se dejará de lado al asistencialismo de hoy...

Pero también se me plantean muchas cuestiones en relación con la vida ciudadana del día siguiente a la independencia. Me pregunto, y no tengo respuesta todavía, si olvidaremos el argumento de que la culpa es de Madrid; si dejarán de ser necesarias las balanzas fiscales porque todos los impuestos los recaudaremos nosotros; si tendremos que ir a los Mossos a hacernos el pasaporte catalán; si la lengua castellana perderá la oficialidad o se mantendrá como lengua minoritaria; si perderemos los nombres de calles y organizaciones que nos recuerden el pasado que no queremos; si conseguiremos una nueva ley de partidos y el nuevo sistema electoral que hace tantos años que reclamamos; si volverá a estar vigente todo el articulado del Estatut que votamos; si Europa nos querrá o no; si tendremos que cruzar fronteras para ir a la capital del reino actual; si seremos una república o una monarquía; si desaparecerán los partidos de obediencia estatal; si la Administración corregirá la complejidad actual y será más reducida, transparente y participativa; si desaparecerá la corrupción de los ámbitos económico y político; si la corresponsabilidad en la construcción del nuevo país será una realidad vivida y compartida por la mayoría.

Se me dirá que planteo una utopía, y es cierto, pero también lo es pensar que al día siguiente de ser independientes todo estará resuelto. Estoy segura de que problemas tendremos muchos, y no será fácil, pero superaremos mejor el reto si comenzamos a tratar a la población como ciudadanos activos y corresponsables del proceso. No espero respuesta a todos mis interrogantes, pero deberíamos concretar un marco que defina la sociedad en la que el pueblo de Catalunya desea vivir en el futuro. Como a menudo digo, podríamos aceptar una nueva sociedad donde fuéramos más pobres, pero no más desiguales, y este principio fundamental exige explicar hoy, antes de votar, nuestro futuro modelo social y económico.

Creo sinceramente que la proximidad al poder de decisión es una ventaja y que el pacto de una mayoría de partidos para un cambio tan importante es una garantía de que las cosas se pueden hacer mejor, pero para poder votar con responsabilidad es necesario avanzar hacia la consulta con un trabajo de los partidos y de la sociedad para responder a estas y otras muchas preguntas. Porque una acción que tendrá mayores consecuencias que ninguna otra votación celebrada durante nuestra joven democracia no se puede hacer sin conocimiento de lo que comportará.