Los seres superiores

Hay quienes actúan desde una atalaya y se creen con derecho a impedir que los ciudadanos voten

ERNEST BENACH

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En enero del 2005 Emilio Butragueño, director / ídolo del Real Madrid soltó aquella frase que hizo fortuna: «Florentino es un ser superior». Nueve años después el balance de lo que ha hecho el ser superior es muy cuestionable. Quedémonos con la figura.

Estos días de intensos debates en Catalunya sobre la conveniencia de convocar una consulta, o no, de si hacerlo vía Congreso, o por otra vía basada en el diálogo con el Gobierno español (precisamente el que no está dispuesto a ningún tipo de diálogo) me ha venido a menudo a la cabeza la expresión «seres superiores». Y es que en la política, como en el selecto círculo de los presidentes (y ex) de clubes de fútbol, hay muchos seres superiores, o al menos que se consideran.

Ejemplos, a lo largo de los años hay un montón. Pero ahora los seres superiores se notan mucho más. Incluso creo que durante una época los seres superiores eran bien vistos. Y que nadie confunda liderazgo con ser superior. Son dos cosas muy diferentes. Ángel Castine, director de la Cátedra de Liderazgos de ESADE, lo expresaba de manera fantástica en una solo tuit: «Si no comprendes y compartes el estado de ánimo colectivo tampoco lo podrás modificar. Liderar es movilizar emociones».

Hoy en el mundo en que vivimos las cosas han cambiado radicalmente. Y en el ámbito de la política de manera muy especial. No es fácil ser líder de una formación política, y menos aún ser un político que lidera, o quiere liderar la sociedad. Se necesitan capacidades, virtudes y también disponibilidad y voluntad de serlo. Pero sobre todo hay que saber analizar y entender qué está pasando en el entorno donde te mueves.

Y tengo la sensación de que hoy en Catalunya se están haciendo análisis muy diferentes de la realidad, tan diferentes que incluso pueden llegar a ser contradictorios. Este hecho se agrava aún más si comparamos los análisis que se hacen desde Catalunya, y los que se hacen desde España. No hay ningún punto en común. Y la cuestión ya no es entre independentistas o no independentistas. Es mucho más simple, pasa entre aquellos que quieren votar, y los que no quieren que se vote. Aunque estos últimos se imbuyen de legalidad para argumentarlo, y a pesar de que en el fondo, muy en el fondo a menudo, expresen que sí, que quizá sí que quieren dejar votar, pero... De hecho, peros solo hay uno y muy contundente. En el actual sistema de partidos en España, los dos partidos mayoritarios que hasta ahora se han alternado en el Gobierno ya han dicho que de ninguna manera Catalunya podrá votar y decidir su futuro. Unos dicen que ya estamos bien como estamos, y que en todo caso lo que hay es reforzar el Estado, recentralizarlo. Los otros se embarcan en una hipotética aventura federal, que en la práctica representa proyectar a largo plazo un problema que tiene el riesgo de convertirse en eterno, y que no concreta en ningún caso soluciones para Catalunya.

Sin entrar a hablar de independencia coinciden ambos en que nada de una fiscalidad diferente, incluso algunos niegan el déficit fiscal, que nada de transferir infraestructuras o que lo del catalán y la inmersión nos lo tendremos que pintar al óleo. Por eso cuando se plantean los argumentos de las familias catalanas que no se hablan por Navidad o de que hay que hacer coaliciones de afectos tengo la certeza de que se quiere llevar el debate al terreno que no toca, al terreno de las relaciones personales. Y esto es miserable. Porque, ¿alguien me puede explicar qué es lo que se rompería exactamente en pleno siglo XXI entre personas y empresas de dos países vecinos de la Unión Europea? Las distancias serían exactamente iguales, los medios de transporte serían los mismos, si no mejores, y, lógicamente, no habría fronteras, aunque amenacen con construirlas.

Pero la prueba definitiva es la respuesta que PP y PSOE dan a una pregunta centrada en el concepto más elemental de democracia: ¿están dispuestos a que el pueblo de Catalunya pueda votar cuál debe ser su futuro? Rotundamente no. ¿Cómo es posible, pues, que se extrañen de lo que pasa hoy en Catalunya?

Pero los seres superiores siguen dando lecciones, y desde su atalaya, allí arriba, que de tan arriba como están no pueden ver con claridad dónde está el suelo y apenas divisan a la gente que sí tiene los pies en el suelo y que sufre las consecuencias de su lejanía, solo saben predicar el no, solo saben jugar a la confusión, a la amenaza y, desde su superioridad, dar lecciones de lo que está bien y lo que no, de lo que es correcto y lo que no, incluso de lo que es moral, y lo que no lo es. Y la atalaya cada día está un poco más arriba. Y llegará un punto que tan arriba estará que los seres superiores ya no se verán desde la tierra.