El pulso por el regreso al armario

EVA PERUGA

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La homosexualidad regresa a los titulares. Mal asunto. Una pugna demasiado impúdica por lo larga que resulta. En realidad, las personas homosexuales se encuentran aún en un estadio de lucha primigenio por cuanto su reclamación se ciñe a una lista de derechos, resumidos todos en un deseo de normalización, sin abrir el frente conceptual o del mismo modelo social. Porque todavía son legión las personas que recurren a la psicología para explicar la homosexualidad, contemplada con impostura como un hecho más pero excluida sin cesar por multitud de mensajes y de comportamientos, desde los individuales hasta los gubernamentales pasando por los de la Iglesia. La trampa no deja de estar en la dirección en la que se sitúa el foco, y este parece atascado.

Salir del armario comporta admitir la condición de diferente para acto seguido perseguir hechos normales, como el derecho a casarse, a adoptar o a una pensión de viudedad. Para conocer en qué peldaño de la lucha se encuentran los homosexuales no hay más que atender la acción de las personas defensoras de mantenerlos en la anormalidad. Y sin rascar demasiado se ve claramente que a ello contribuyen muchas más actitudes y personas de las deseadas e imaginadas. Una podría ser la de considerar la homosexualidad bajo la mirada exclusiva y única de la sexualidad, cuando, como sucede con la heterosexualidad, la atracción hacia otra persona se mueve básicamente en el terreno de la afectividad, el sentimiento y la búsqueda de seguridad.

La demonización sufrida por este colectivo -observado como problema social- durante la implosión del sida no fue un hecho aislado. Su identificación y asimilación como enfermos aún colea. Al estar atrapados en la intersección de enfermos (reales, potenciales o imaginarios) se prolonga su singladura hacia la normalización y, por tanto, hacia la integración como sujetos activos de la sociedad. Se intenta explicar su existencia bajo el signo ya de una enfermedad -qué si no ha declarado estos días monseñor Fernando Sebastián Aguilar: «Deficiencia que se puede arreglar con tratamiento»-, y se desliza sotto voce esa circunstancia para impedir una vida normal.

Y cuando algunos países logran desprenderse de la banalización y de la compasión hacia los «diferentes» y aprueban el matrimonio entre personas del mismo sexo se hace pender sobre ellos la duda sobre su capacidad para gestionar la descendencia. Negarles la adopción no es ni más ni menos que la consecuencia de su descalificación como personas normales. Relegadas por cuestiones sanitarias, luego educaciones y laborales. Solo se activa la caja de resonancia cuando aumenta la confrontación del colectivo por cuestiones penales o legales.

Se utiliza la religión para apartarlos, los gobiernos se prestan a dar cobertura a la diferencia, la ciencia echa mano de la biología (por supuesto, para explicar esa diferencia) y el andamiaje sociocultural dirige el foco hacia el diferente, que no puede desviar la luz hacia el núcleo real del conflicto, que, por supuesto, no es ni él ni sus derechos. Así, nos encontramos ante el televisor debatiendo si Pedro puede ser buen padre, cuando nadie se plantea si María lo es, tomando a chirigota los clichés de las series y repitiendo lo «sensibles» y el «buen gusto» que tienen los gais. Elevándolos a la categoría antropológica para definirlos de grupo o de subgrupo. Futilidades que un día estallan en un instituto de Gandia cuando un adolescente resulta agredido por tres compañeros «por el hecho de ser homosexual». Pasábamos por ahí.