Ideas

Al filo de un centenario

BEATRIZ DE MOURA

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La primera guerra mundial estalló en 1914 tan solo nueve meses después de que Europa viviera, en otoño de 1913, el momento de máxima vitalidad de los primeros movimientos vanguardistas cosmopolitas del siglo XX que quedó reflejado en dos históricas exposiciones, Nueva York y Berlín, donde expusieron artistas como Klee, Chagall, Kandinsky, Picabia, Léger, Rousseau, Severini, Carrà, etcétera.

En lo que canta un gallo, estos y otros tantos creadores como Apollinaire o Marinetti se lanzaron con fervor bélico al campo de batalla en una contienda fratricida, donde sus ideales quedaron reducidos a la más grotesca jerga nacionalista.

Los seres humanos, incluso los más ilustrados, somos tan veletas que carecemos de memoria histórica, cuando no la manipulamos al capricho de nuestros intereses. Por eso, como bien nos advirtió Milan Kundera, algunos incautos se empeñan en reinventar la historia o, lo que es aún más ridículo, en parodiarla cuando el poder del que gozan les parece insuficiente y las circunstancias no ayudan a fortalecerlo. Así fue a lo largo del siglo XX y a eso se entregan aún algunos, con mayor o peor fortuna, al inicio del XXI.

¿Sabemos ya, a estas alturas, percibir adónde podría conducirnos una ensoñación política, prometedora de un mundo mejor desgajado repentinamente de su contexto histórico, por otra parte socialmente nada halagador? ¿Aprendimos a percibir la incomodidad que siembra semejante escisión en la vida cotidiana? ¿Estamos acaso en grado de identificarlo y reconocer el origen de un determinado temor a expresar una opinión? Muchos sonríen y opinan que no se trata sino de una pasajera jugarreta política. Otros diagnostican el inicio de una catástrofe irreversible. La mayoría calla, claro. Pero yo no puedo evitarlo: yo sí siento flotar en el  aire de mi ciudad un inquietante silencio, inexistente hace tan solo unos meses. Entretanto, las calles siguen llenándose de turistas, ¡y que la fiesta no decaiga! Peti qui peti.