Cristina y Valérie, o el amor en cursiva

EVA PERUGA

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Todo se moderniza. Hace siglos que a las mujeres se las controlaba por lo básico, es decir, la economía. Cuando esta camisa de fuerza empezó a envejecer emergió un sustituto que aún hoy causa estragos: el amor romántico. Bueno, bonito, barato y para siempre, ya se apercibía en él algún tipo de truco. En estas últimas semanas los males de amores, derivados de esa especie romántica, han cruzado la raya de la esfera privada a la pública. De esta manera hemos conocido que Cristina es una infanta enamorada y que, por ello, no hay que buscarle más pies al gato para entender todo lo que usted quiere saber sobre el caso Nóos. Todo por el amor porque el amor lo resiste todo, según concentra una de las máximas de ese invento moderno, entre finales del XVIII y principios del XIX.

A la todavía hoy, aunque no se sabe por cuanto tiempo, primera dama de Francia, Valérie Trierweiler, el descubrimiento de la realidad sobre el amor romántico se la ha llevado directa al hospital. Su príncipe y presidente de Francia, François Hollande, no parece ser aquel que siempre estará ahí para cuidarla y protegerla. Ante su sorpresa el amor no ha sido eterno y ese amor instantáneo sentido en un patapam se deshace en la mantequilla de otros cruasants calientes. Todo es comprensión por estos afectos rotos sin que nadie acierte a plantear su propia falsedad, su existencia como construcción cultural al igual que ha sucedido con todas las relaciones de pareja a la largo de la historia.

Sin duda el amor romántico puede llegar a tener mucho de bálsamo liberador cuando el vínculo entre las dos personas de la pareja se sustenta en un trato igualitario. De ahí a creerlo a pies juntillas... La infanta cegada y crédula, frágil ante la figura dominante y fuerte de su pareja, refuerza la imagen de una protagonista secundaria que no encaja en los parámetros a los que aspira una sociedad igualitaria.

Trierweiler sucumbe al mito romántico, ficticio y engañoso, en una historia que podría considerarse paradigmática cuando se le añade ya esa dosis de celos imprescindible en toda buena historia sobre el amor romántico. Su preparación, sus críticas literarias, su presunto carácter izquierdista no han supuesto la asunción crítica de un patrón patriarcal por más que este ya haya generado más de un libro. «Sin tí no soy nada», «renunciaría a todo por amor» o «si tiene celos es porque me quiere» son expresiones al uso, que van y vienen, en ese pernicioso círculo por el que la relación entre dos personas baja los peldaños de la igualdad para ir cayendo en el pantano de la dependencia. Sentimiento, sexo y matrimonio a partir del XIX definen el amor romántico por el que las clases medias y populares se enlazan pero no consiguen convertirlo en un factor de igualdad en las relaciones. Claro que el triángulo esconde una serie de trampas por las que la aparente superación de unas relaciones amañadas o interesadas no representa ni de lejos el emparejamiento entre iguales. Julieta se mantiene más Julieta que Romeo y las nuevas heroínas añaden una carga de sacrificio y comprensión difícilmente digeribles ante la escenificación real de una convivencia desequilibrada y más bien centrada en los deseos y necesidades de él.

Repetimos frases e imágenes que refuerzan las conductas de trato desiguales y que constituyen argumentos de autoridad, representada por los hombres. Hay que estar vigilante ante los actos y las palabras que, a modo de sombras chinas, simulan amor. Pero igual Cristina y Válerie no son ejemplo del mito romántico.