Credenciales

RISTO MEJIDE

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Una estudiante me ha entrevistado esta semana, y así como quien no quiere la cosa, me ha formulado la pregunta más difícil que me hayan hecho jamás. Armada con su grabadora, su libretita, sus ganas de comerse el mundo y hacerse un hueco en la profesión, lo que ha conseguido con una simple pregunta ha sido enfrentarme al abismo que todos llevamos dentro. Abrió sus enormes ojos, me puso cara del Gato de Shrek y me lanzó un «¿en qué cree Risto Mejide?».¿No prefieres que te cuente por qué llevo gafas de sol? A la chica no le hizo ni puñetera gracia. Vale que tampoco era el mejor chascarrillo del mundo, pero después de hacer aguas, mi sentido del humor era como ese desodorante malo de los anuncios, me había abandonado justo en el peor momento. Ella esperaba una respuesta honesta, directa, clara y sincera. Y todo lo que me venía a la mente eran chistes peores que ése y un artículo que escribí hace ahora casi diez años tratando de responder a la misma inquietud. Y me di cuenta que había llegado el momento de revisarlo, completarlo y ampliarlo. Había llegado el momento de mojarse.

Querida estudiante, aquí va la respuesta que tú merecías en ese momento y yo no supe improvisar.

Para empezar, creo que soy idiota. Igual no soy el más idiota que encontrarás, pero fijo que estoy entre los que más idioteces han cometido. Ahí tienes, por ejemplo, a cualquiera de mis ex. No hace falta ni que hables con ellas. Viendo el pedazo de mujeres que he dejado escapar, ya te puedes hacer una idea de lo idiota que soy. Y hay más. Mucho más.

Creo en las cosas concretas. Conozco muy bien el peligro de las palabras abstractas y ya no me fío de quien me vende algo que no se puede comprar. Por eso no creo en la felicidad, sino en la alegría. Por eso no creo en la libertad, sino en la voluntad. Por eso no creo en la igualdad, si no es de oportunidades. Por eso no creo en la gente, sino en las personas. Por eso no creo en dios, sino en el alma. Creo que hay cosas e individuos que la tienen, y cosas e individuos que ya la han perdido para siempre.

Creo en los valores. Un valor como creencia que te obliga a un sacrificio. Y que no te engañen, no hay valores a medias. No existen. Un valor es un siempre dicotómico, binario: unos y ceros, o se practica todos los días y a todas horas, o no es. Uno no puede practicar la honestidad de 9 a 5 y luego llegar a casa y pegársela a su primera dama con una actriz. Hollande, Clinton, Miterrand. Un valor no lleva interruptor. Si no puedo confiar en la persona, jamás podré confiar en el profesional. Y viceversa.

Creo en lo que nos une. La manipulación en masa empieza con al división de tu audiencia. El primer paso es dividirlos. El segundo enfrentarlos. El tercero, polarizarlos. Y el último, llamar al exterminio del otro. Nuestro libro debe vencer sobre su Biblia, su Estatut o su programa electoral, da igual. Pues oiga, no. Ya lo dijo George Carlin. Quien te quiera manipular, buscará siempre lo que nos separa. Quien no quiera obtener nada de ti, buscará siempre lo que tengamos en común.

Creo en la vida. Por eso creo en el aborto. Creo que nadie tiene el derecho a meterse en el vientre de nadie sin su permiso, por muy diputado, ministro u obispo que sea. Y aún diría que menos aún en esos casos. Quita, bicho, quita.

Creo que todo el que mata merece sufrir todos los días durante el resto de su larga y dolorosa existencia. Por eso no creo en la pena de muerte. Porque es dejar un trabajo a medias.

Creo en el criterio, entendido como no aceptar jamás ideas de segunda mano, salvo como materia prima para fabricar las propias. Por eso desconfío de todo aquél que me dice lo que yo quería escuchar. Porque no quiere informarme, sino confirmarme y así ungirme con su Espíritu Santo.

Tampoco creo en el esfuerzo. He visto a demasiada gente que se esforzaba toda su vida y no lo conseguía y sin embargo a otros, sin dar un palo al agua, les salía todo bien. Pero sí en aquello que algunos llaman suerte, que para mí no es más que una combinación de talento, perseverancia y oportunidad.

Creo que la Iglesia se ha currado mi apostasía. Creo que la elección del Papa Francisco es un gran ejercicio de tanatopraxia. Mi única religión hoy es la buena fe. Y mi único dios, quien la practique.

No creo en la fama. Pero sí en el prestigio. Sé lo poco que cuesta construir la primera. Y lo mucho que vale lo segundo. Creo en apostar por el largo plazo. En la diferencia entre valor y precio. Y en las segundas rebajas. Que las cosas más importantes que puedes aprender en esta vida no se pueden enseñar. Que las preguntas son eternas. Y que son las respuestas las que cambian. Que no existen críticas constructivas ni destructivas. Existe crítica útil y crítica que no lo es.

Y por último, creo en la duda. Creo en las frases que empiezan por creo que. Porque saber, lo que es saber, nadie sabe nada. Y yo el que menos. Lo único que ha finalizado para siempre ya no es la historia, sino nuestra burda capacidad de predicción.

Y a pesar de todo lo dicho hasta aquí, querida estudiante, espero que tú no pierdas nunca el tiempo con este tipo de preguntas, como he hecho yo.

La respuesta jamás estará en lo que digas.

Sino en lo que hagas.