La reflexión y el pensamiento crítico

Antimanifiesto por las humanidades

Las fronteras entre los ámbitos de conocimiento de 'letras' y de 'ciencias' son cada vez más difusas

JOAN CAMPÀS

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El cerebro no es de letras ni de ciencias. Según los neurocientíficos, una gran parte del cerebro humano se dedica a la visión y al movimiento y no está diseñada para reflexionar sino, precisamente, para no tener que hacerlo: automatiza los procesos cuando se le exige repetidamente la misma tarea. Reflexionar es un proceso duro, complicado, aproximativo, que pide un esfuerzo y del que no siempre se obtienen resultados.

¿Cómo se puede desarrollar la reflexión o el pensamiento crítico? Planteando y resolviendo problemas y no encadenando contenidos. Estos sirven para hacer surgir el interés, pero no para mantenerlo: lo importante es el problema que hay que resolver, la investigación o el proceso que hay que hacer para intentar solucionarlo. Una programación debería consistir en una lista no de temas sino de problemas que se quieren resolver y cómo se abordarán.

Y quizá las humanidades están en crisis porque no se plantean los problemas reales de la gente, porque no conectan con el mundo actual, porque consisten en metadiscursos autoreferenciados, porque ya no sirven para generar conocimiento. Quizá por eso son inútiles. Constituyen un lugar común de todo lo que se da por supuesto, una repetición del saber sabido, una fraseología y un discurso críptico autocomplaciente.

Los defensores de las humanidades utilizan argumentos como, por ejemplo, que nos hacen auténticos seres humanos, autónomos, críticos, dialogantes, demócratas, tolerantes, plurales, empáticos, apasionados por la belleza (?), por la libertad... De hecho, sirven para casi todo. Si fuera cierto, la gente más crítica, abierta, humana, cultivada y preparada para la democracia serían los miembros de los departamentos de letras y sus estudiantes. Por el contrario, los miembros de los departamentos de ciencias experimentales y de técnicas hiperespecializadas carecerían de estas virtudes. Y ya no digamos quienes se han quedado en la básica o han estudiado FP. Y esto, obviamente, no es cierto. Por lo tanto, las humanidades no deben de servir para lo que dicen que sirven.

¿De qué humanidades hablan sus defensores? ¿De las que se institucionalizaron en el siglo XIX al servicio de los estados nación? Aportemos un dato: la inmensa mayoría de bachilleres de los últimos 30 años podrían decir algo de la caverna de Platón o del hilemorfismo de Aristóteles, pero casi ninguno podría hacer una exposición mínima de la guerra civil o del franquismo. Es curioso, ¿no? La física cuántica, la neurociencia, la genética, las matemáticas, la tecnología alimentaria, la inteligencia emocional, las biotecnologías... son hoy tan humanísticas como la filosofía, la literatura, el arte... siempre que estimulen la reflexión y la crítica. ¿Por qué hay que seguir dividiendo, radicalmente, ciencias y letras en un momento en el que las fronteras entre ámbitos de conocimiento son cada vez más difusas?

Los defensores de las humanidades suelen referirse al Renacimiento y a sus humanistas, pero no siempre se recuerda para quiénes trabajaban, quién les pagaba para hacer qué. La mayoría trabajaban para dictadores, príncipes, papas y familias de la alta nobleza y tuvieron un papel clave en la creación de la imagen de sus patrones. Les hicieron una impresionante propaganda diseñada para aumentar su prestigio utilizando la retórica y la oratoria clásicas, a base de alabanzas ostentosas y metáforas elogiosas para promover su poder y autoridad y presentarlos como dignos sucesores de la Roma imperial. Recordemos solo la plétora de humanistas (Poggio Bracciolini, Enea Silvio Piccolomini, Flavio Biondo, Lorenzo Valla) contratados por los diferentes papas para construir una poderosa propaganda con la que contrarrestar las críticas de los abusos del clero (sexuales, criminales, económicos…) y su extravagancia y, sobre todo, para defender la pretensión de ser la cabeza y la autoridad suprema de la Iglesia. No olvidemos que esa era, también, la finalidad de los estudios de humanidades.

¿Hay que estudiar filosofía, arte, literatura, historia...? Depende de las preguntas que se formulen; la misma respuesta que si la pregunta se refiere a las matemáticas, la biología, la física o la economía. Centrarse en la utilidad o no de las humanidades es ignorar que muchos principios, leyes o hipótesis de las ciencias son o han sido, de entrada, inútiles desde la perspectiva capitalista (como el teorema de Fermat, E=mc2, el bosón de Higgs, la paradoja del gato de Schrödinger, el principio de incertidumbre de Heisenberg o la teoría de juegos). La gran utilidad de las humanidades y las cientificidades es que hacen avanzar el conocimiento porque se formulan preguntas, aunque a menudo parezcan inútiles.