La encrucijada catalana

Un problema de velocidad

La comunidad internacional necesita tiempo para asumir un proceso independentista vertiginoso

CARLES RAMIÓ

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En el proceso independentista catalán todo ha ido muy rápido. El punto de inflexión: la sentencia del Tribunal Constitucional contra el Estatut. A ojos de la opinión pública, el movimiento independentista se inicia el 11 de septiembre del 2012 tras un trabajo previo impresionante de picar piedra de la Assemblea Nacional Catalana. En este tan escaso periodo de tiempo los logros han sido brutales y ni siquiera imaginados por el más entusiasta de los secesionistas: una opinión pública en Catalunya totalmente dominada por los independentistas bajo el paraguas del derecho a decidir que tiene todas las virtudes de la democracia popular, y unas elecciones catalanas que han obligado al president de la Generalitat a tomar la directa hacia la independencia a falta de opciones más acordes con el conservadurismo y tacticismo de los dos partidos políticos que lidera. Además, el independentismo suma adeptos de forma casi geométrica entre los votantes hasta llegar a porcentajes difíciles de imaginar hace poco tiempo.

Estamos ahora en un momento de efervescencia en el que parece que todo es posible, que la independencia está a la vuelta de la esquina. Pero nada más lejos de la realidad, ya que los siguientes pasos son de una dificultad enorme y casan mal con el entusiasmo y las urgencias que se viven en parte de la opinión pública catalana.

Y es que ahora el proceso depende de terceros y ha dejado de ser un producto de consumo interno. Depende de España y depende, especialmente, del contexto internacional. Los españoles se fueron acostumbrando a la estrategia catalana pujolista de pedir y pedir pero sin romper jamás las reglas del juego. Es desde hace muy poco que se han dado cuenta de que ahora el juego es otro, totalmente distinto y radical. Necesitan su tiempo para digerir un sorprendente cambio tan espectacular. La comunidad internacional todavía está más recién llegada a la buena nueva que ya se da por hecha en Catalunya, y ahora mismo solo está empezando a computar que en Catalunya y en España hay un problema.

Comento esto, que es obvio, para hacer notar que hay una falta de sintonía, en cuanto a velocidad y tiempos, entre lo que se piensa en Catalunya y lo que se piensa fuera de ella. España, aunque fuera madura, liberal y con mentalidad abierta (que no es el caso), necesitaría su tiempo para rumiar y digerir esta radical transformación, al igual que hicieron en su momento Canadá con Quebec y Gran Bretaña con Escocia. A nivel internacional esto aún es más lento si se quiere alguna complicidad aunque sea parcial y precaria. La orquesta internacional es de digestión muy lenta de los cambios políticos. Por ejemplo, Europa aún no ha sido capaz de reaccionar ante el auge de países que de emergentes han pasado a dominantes. La economía mundial va muy rápida. La política y la opinión pública internacional, mucho más lentas. Exaspera su lentitud.

Es por eso que pienso que a velocidad de vértigo la estrategia independentista está a punto de chocar con la capacidad de absorción de nuevas realidades por parte de la comunidad internacional, y ya no digo por  parte española. Entiendo el ritmo de liebre de los independentistas, preocupados porque si frenan el ritmo pueden perder fuerza en una opinión pública interior en la que todo es favorable a sus intereses y porque una vez la crisis se apague los ánimos pueden enfriarse. Pero a partir de ahora la velocidad debería ser la de una tortuga que con su cansino paso puede sumar fuerzas a nivel internacional. Y en este juego de buena o mala gestión de velocidades tan contradictorias es donde va a residir el éxito o el fracaso del proceso independentista catalán.

Seamos sensatos: no es posible exigir a España y a la comunidad internacional que asuman de forma rápida una nueva realidad que incluso se hace difícil de absorber por buena parte de los catalanes. En Catalunya vivimos cambios de todo tipo que estamos asumiendo de forma muy rápida, pero es difícil exigir a los de fuera que los digieran con la misma rapidez, ya que para ellos somos un problema o una incógnita más a despejar entre otros muchos (en el caso de España) y un problema nuevo y muy marginal (en el caso internacional).

Los procesos de secesión, que son muy raros en el mundo, requieren mucho tesón y aguante por la parte secesionista para ir ubicando su demanda en la agenda internacional e incluso la estatal. Hemos ido muy rápido para empezar a competir un maratón y lo iniciamos como si fuéramos velocistas, cuando la prueba resulta que es de resistencia. O cambiamos el ritmo o vamos a perder  el  fuelle. La liebre (una parte de Catalunya) tiene todas las de perder con la tortuga internacional y la española, y más si esta está dirigida por un dormido Rajoy que domina la gestión de la lentitud como nadie.