El futuro de la izquierda

Las primarias socialistas de Barcelona

El PSC ha de ser consciente de lo mucho que se juega en un proceso electoral de gran relevancia

RAFAEL PRADAS

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La iniciativa del PSC de celebrar elecciones primarias abiertas para elegir al candidato a alcalde que le represente en las municipales de Barcelona en el 2015 sugiere una doble lectura. De un lado, el interés socialista por recuperar influencia política. Las medidas de austeridad iniciadas con Zapatero, el desgaste del tripartito, la falta de renovación del discurso socialdemócrata (en toda Europa), la desafección a causa de la crisis, la corrupción y la falta de respuesta al eterno problema catalán han reducido mucho el margen de maniobra del PSC, dividido hoy, en la práctica, por el derecho a decidir y/o la valentía o radicalidad con que debería abordarse una solución realmente federal. En Barcelona ha sufrido el desgaste de tener la alcaldía más de 30 años y de la política errática de los últimos consistorios sobre el modelo de ciudad.

POR OTRO LADO, hay algo que, aunque forma parte de las ganas de recuperar iniciativa política, tiene valor por sí mismo: el hecho de que sea la ciudadanía -no solo la militancia- quien pueda elegir a quien aspire a ser alcalde. Eso aquí es aún excepcional y puede contribuir a reavivar cierto interés por la política y la participación. Pero para que la capilaridad entre sociedad y partidos funcione debe haber una nueva mirada no coyuntural hacia la ciudadanía, nuevas reglas del juego y compromisos que deben ser fielmente respetados. El PSC ha de ser consciente de lo mucho que se juega en este proceso, que para que sea relevante deberá trascender a los amigos y conocidos y alcanzar aceptables niveles de participación y resonancia social.

Poco o mucho, el paso de los socialistas barceloneses interpela a las demás fuerzas políticas, a excepción de CiU, que tiene la mayoría aunque sea precaria. Poco se entendería que el alcalde, Xavier Trias, tuviese que bregar en unas primarias contra gente de su propia coalición, del mismo modo que costó comprender en el 2011 que el alcalde saliente, Jordi Hereu, hubiera de someterse a la desautorización pública de unos comicios internos, dicho sea con toda consideración por Montserrat Tura.

No estoy en la piel de los aspirantes socialistas e ignoro qué procesos de participación desplegarán otros partidos. Parece razonable pedirles que garanticen su inequívoco compromiso con Barcelona si quieren contribuir, aunque sea modestamente, a renovar la vida política, sabiendo que unas primarias pueden ser una tentación para quienes piensen posicionarse ante la sociedad, la militancia o los líderes de opinión, con el ojo puesto en futuras contiendas electorales internas o externas. Y que el propio PSC otorga gran importancia a su iniciativa electoral como balón de oxígeno para su futuro.

Sin embargo, esas primarias deben leerse en clave barcelonesa, y tiene sentido esperar que todos los candidatos actúen de acuerdo con la lógica propia de la ciudad como ámbito en el que se expresan conflictos, intereses y consensos y donde simplificar funciona poco. Ni en temas estrictamente urbanos ni en interpretaciones históricas. Barcelona es la ciudad derrotada en 1714, pero también «la rosa de fuego», la ciudad del movimiento obrero, del nuevo urbanismo, de la resistencia al franquismo, de los Juegos, la capital del catalanismo político, europea, cosmopolita, mestiza, generosa y mezquina, caja de resonancia de lo mejor y peor de nuestra sociedad. Seny y rauxa a grandes dosis. Acercarse a una ciudad tan compleja es más que escribir propuestas. Son forzosos los baños de realidad y el debate con amplios sectores, no solo con los que, erróneamente, se arrogan la «sociedad civil» en exclusiva.

Las primarias deberían servir para plantear cuestiones que se han ido aplazando en los últimos años, en especial los profundos cambios económicos, sociales y políticos que ha vivido Barcelona. La crisis ha puesto de relieve nuevas debilidades y exigencias que requieren no tanto políticas compasivas y maratones de caridad como actuaciones claras sobre el trabajo, la educación y la cultura para eliminar diferencias y hacer posible la igualdad de oportunidades.

ENTRE LOS TEMAS más urgentes figura también la necesidad de redefinir el papel del Área Metropolitana como expresión de la Barcelona real, abordar la potencialidad de la economía productiva (la nueva industria, las tecnologías y el conocimiento), desarrollar efectivas políticas sobre el comercio de proximidad y los emprendedores y, desde luego, regular de modo distinto el turismo y el uso del espacio público, que parece abocado a su progresiva privatización. Y añadan cómo incrementar el protagonismo de Barcelona como capital de Catalunya con peso determinante en el complejo entorno catalán-español-euromediterráneo en el que la ciudad puede y debe ser más bisagra que barrera.