Reventós, amigo, compañero, maestro

Una de sus pasiones políticas, junto al diálogo, siempre fue la unidad civil de todos los catalanes

JOSÉ MONTILLA

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Hoy hace 10 años que Joan Reventós murió. Joan, amigo, compañero y maestro. Es ya un periodo de tiempo suficientemente largo para valorar con perspectiva su aportación, su legado. En su larga trayectoria política y humana, Joan ejerció muchas y muy diferentes responsabilidades públicas: diputado en el Congreso, 'conseller' en el Govern provisional de Tarradellas, diputado en el Parlament, embajador en París, senador, presidente del Parlament... Y profesor de Historia Económica en la Facultad de Derecho en su juventud.

Sin embargo, creo que la responsabilidad más importante que desempeñó fue la de primer secretario, y presidente después, del Partit dels Socialistes de Catalunya.

Fue mi primer secretario y recuerdo de él la pasión por el diálogo y la unidad interna del partido. Le dedicaba esfuerzo, tiempo y reflexión. De él hemos aprendido la necesidad de discutir, sin menospreciar la pluralidad ni edulcorar las discrepancias, pero garantizando la lealtad y el respeto mutuos para construir acuerdos útiles para el partido y, sobre todo, para el país. De él hemos aprendido que la política es debate y negociación. Es búsqueda de acuerdos y de soluciones a los conflictos que van apareciendo en el transcurso histórico de los pueblos. Una pasión por el diálogo fundamentada en la certeza de que la verdad no es monopolio de nadie. El complejo y difícil proceso de la unidad socialista no habría sido posible sin su protagonismo y esta concepción compartida de la lealtad que nace de la confrontación de ideas y de estrategias.

Joan fue un socialista integral. Le gustaba definir al socialismo como una pulsión humanista. Decía: «Hay un hilo conductor del socialismo democrático que ha atravesado y ha sobrevivido a las vicisitudes históricas del siglo XX: se trata de su sustrato humanista. El socialismo humanista ha querido ser, es y quiere seguir siendo un combate generoso para la dignidad humana y la emancipación personal y social, fundamentado en una radical motivación ética y en un sentimiento de responsabilidad hacia la colectividad, y convencido además de que solo se puede avanzar en este combate con las armas de la cultura y de la educación. El socialismo es también un sentimiento. Sin el sentimiento que impulsa a las personas, el socialismo no acaba de ser del todo». Esta definición puede parecer hoy algo sorprendente. Y extraña en el convulso debate político de nuestros días. Pero si la leemos serenamente, es del todo actual.

Sinceramente comprometido, desde joven, con las causas de la libertad, la justicia social y el autogobierno de Catalunya. Hombre austero, sensible y afable. Algunos dicen que tenía un carácter muy de pagès. Es cierto, se expresaba con la franqueza y la rotundidad de quien aprecia las cosas que nacen del trabajo tenaz y sostenido. Su bondad no estaba reñida con su carácter fuerte. Ni con su tenacidad, tozudez y paciencia.

En el acto de entrega póstumo de la medalla de oro de la Generalitat, en el 2005, el 'president' Maragall puso de manifiesto su generosidad política -nunca suficientemente valorada- cuando subordinó su protagonismo público al retorno del 'president' de la Generalitat en el exilio. Él era así. Amaba la discreción y vivía la política como un acto de servicio. Decía de él el 'president' Maragall: "Habría podido ser lo que hubiera querido, pero puso por delante la unidad..., dijo que si ganaba las elecciones, volvería Tarradallellas". Y así fue. Pese a ganar las primeras elecciones democráticas consideró que los intereses del partido debían quedar en segundo plano. Como ha ocurrido en otras ocasiones, el PSC supo tomar decisiones que, aunque perjudiciales en términos internos, eran las que más convenían a Catalunya.

La pasión por el diálogo y la comprensión de la política como una permanente negociación para encontrar soluciones a los conflictos iba siempre acompañada por otra pasión. Casi una obsesión en el sentido más positivo de la palabra: la pasión por la unidad civil del pueblo de Catalunya. Desde joven, desde sus compromisos iniciales con el movimiento obrero, desde sus raíces sólidamente ancladas en el catalanismo popular, Joan sabía que la cohesión social y la cohesión nacional de nuestro país eran elementos clave para el progreso y la mejora social los catalanes y las catalanas. Un solo pueblo, esta fue su divisa.

Le echamos de menos. Y espero que los valores y la experiencia política que él nos transmitió nos ayuden en esta etapa tan difícil. Como él mismo escribió en el obituario por la muerte del compañero y amigo Xavier Soto, "a los socialistas no se les entierra. Se les siembra". Su semilla está presente hoy entre todos los hombres y mujeres socialistas. Entre los que le queremos. Entre los que le recordamos.