Infanta Lucracia

FRANCISCO JAVIER ZUDAIRE

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Ganancia, dividendo, rendimiento, beneficio, interés, provecho..., lucro, lucrar, lucrarse, lucrativo...

Dice el juez que se lucraba, un 'pane lucrando' en su mejor acepción y alejado de la lírica. El tiempo, revuelto y con nubarrones, y las circunstancias, que no son leves ni pocas, dirán si su señoría dio en el clavo o se pilló los dedos de la entrepierna con las bisagras del sistema. Me alegro por la justicia y porque así se mitiga el mal sabor de boca provocado por los fiscales de plasma con mando a distancia. Pero, por encima de todo, me alegro por la infanta. Queda así demostrado que no es tonta y sí se enteraba de lo que hacía su marido, hasta el punto de que el juez crea que se aprovechaba y lucraba con sus turbias operaciones. Las del consorte; y supuestas, 'of course'.

Nos quitamos un peso de encima al saber que ella vivía su vida en pareja al mismo nivel que su marido, de manera que no era sumisa e ignorante, sino dueña de su propio albedrío. Ya podemos mirar de frente al resto de Cortes cortesanas de las Europas porque la nuestra, como ellas, sabe lo que hace y no se deja manipular ni en los foros públicos, donde es cuestionada, ni en la intimidad de las alcobas. Mal por mal, ya digo, prefiero que se aprovechase de las 'urdangarinadas rentables' --deporte, por otro lado, muy practicado en este país y a ver para cuándo un mundial-- a tener en nómina a una infanta tonta del haba. Y algo que la honra: ella quiere que se haga justicia, según proclama su abogado. Perfecto, así sea, venga esa justicia y que venga justa, si bien vaya por delante que las personas de camino recto no suelen ser imputadas ni molestadas por los jueces.

Pero no seamos ingenuos, no del todo. Lo desvelado hasta ahora tampoco es para tirar cohetes por haber rehabilitado mínimamente a la dama vendada; queda mucho camino por recorrer para estar seguros de que en este país 'todo el que la hace, la paga', sentencia justiciera donde las haya y que debiera estar cincelada y adornando el frontispicio de cuanto tribunal se precie de tal. Este partido acaba de comenzar y lo más que podemos asegurar es que un juez de línea va a pitar cuanto vea, pero hay un árbitro principal, otro juez de línea y, lo más importante, un cuarto árbitro fuera de foco, cuyas decisiones permanecen en la incógnita mejor resguardada. La presión de una parte de la grada, también contará. Este partido se valorará cuando termine y comprobemos quién se lleva los puntos.

De momento, mantengamos enhiesta la presunción de inocencia, a la que tiene derecho la inmensa totalidad de imputados de la esfera monipodia. Otra cosa es que, apenas en los primeros minutos del encuentro, se trate de volver a las andadas, a las viejas tácticas, y a negar cualquier posibilidad de que la doña supiera de qué iban los asuntos de su marido porque 'ella no sabe de números'. ¿En qué quedamos? La vida nos ha enseñado a muchos, demasiados, que lucrarse no es fácil, aun deseándolo con fuerza, ¿y aquí una infanta se lucra sin querer? Asombroso misterio, en absoluto presunto.

Otro sí: cuesta creer que la Caixa, donde cumple su jornada laboral, sea una facultad de letras, pese a que alguna ronde por la entidad, sino que más bien evoca una caja repleta de números. Y tampoco es necesario ser un genio de las matemáticas en el caso que nos ocupa, no es muy difícil sumar lo que va llegando a las cuentas propias por no se sabe qué arte marital de birlibirloque. Eso lo hago yo con la izquierda y sin despeinarme. Sumar, digo, aunque lo mío haya sido más verme metido en operaciones de resta.

Tampoco ayudan esos escribas que defienden trato especial para alguien muy mediático, como si esa carga sólo contara para lo malo y no fuera patente de corso en otras muchas situaciones. Cada cual debe asumir su estatus y en función del mismo responder con la dignidad por bandera. No es comparable la imputación de un ciudadano anónimo con alguien que saca provecho de su condición, cuando conviene, y pide sordina si la trompeta atruena.

Que el proceso siga su curso, pero, pase lo que pase, no quieran algunos de los protagonistas tomar por tonto al respetable. Sigan negando la mayor y sigan deslizándose por los untuosos vericuetos leguleyos, pero no pretendan que, encima, les aplaudamos con las orejas. Las tenemos irritadas de cuanto oímos.