Sissi versus Romy

EVA PERUGA

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La historia oculta. O la historia paralela. O la manipulación de la historia. Las mejillas sonrosadas de Romy Schneider tenían muy poco que ver con la imagen de la Sissi real, con la nube de azúcar que la actriz vienesa representó varias veces en la gran pantalla. Cuando llegó a la corte para casarse (1854) con el emperador Francisco JoséSissi ya bautizó la residencia imperial, Hofburg, como Kerkeburg (castillo calabozo). Son precisamente en las dependencias de esta fortaleza donde Austria cuela de refilón hechos como el consumo de cocaína por parte de Isabel, que arman una biografía oficial privada, en cambio, de acciones y devociones políticas y sociales que definen a este personaje histórico y que dejaron huella en su país. Por la historia oficial alimentada hasta ahora, esta compleja mujer se convirtió en el mito de la princesa romántica. A las mujeres se ve que les pega más ser un mito que ser una heroína.

La envarada corte austriaca no le iba a perdonar ser una mujer de vanguardia, desafiar los protocolos y despreciar todos los deberes impuestos en la época a las féminas, en este caso a las de alta cuna. Ese relato oficial no explica que Sissi definió a las antiguas monarquías de «fósil de esplendores pasados». No era un tema, como tampoco lo era fumar, hacer gimnasia y dieta para mantenerse mientras la moda exigía mujeres con mayores tallas o bañarse en sus aposentos. Su cuerpo fue un campo de batalla en el que expresó una rebeldía permanente ante al férreo control que se prentendía sobre ella. No solo no le gustaban los valses, sino que transformó todos los deberes para ella destinados: madre, esposa y emperatriz. Frustó la pasividad esperada por todo el mundo con una actividad desenfrenada. Hasta ahora explicada a medias y con despecho por esa versión oficial.

Admitir que Sissi fue una figura destacada del siglo XIX no es una temeridad. Su distancia con la imagen victoriana de las mujeres, a las que se destinaba un papel y un espacio concreto, trasciendió a sus contemporáneas. Las informaciones recogidas al margen de ese relato formal interesado, posiblemente construido así para esconder las carencias de Francisco José y traspasar en el tiempo el error por su elección y no la de su hermana Nené como las familias habían dispuesto, no son tan extensas como deberían.

Eran tiempos de lectura de 'Madame Bovary', de Gustave Flaubert; de 'Les fleurs du mal', de Charles Baudelaire; y de 'La cabaña de tío Tom', de Harriet Beecher Stowe. En Austria, la activista Ernestine von Fürthe fundaba el movimiento sufragista y Rosa Welt-Strauss se convertía en la primera médica y en la primera mujer oftalmóloga de Europa. A pesar de abordar la mayoría de las facetas de su vida como una feminista no se tiene constancia de que tuviera contactos con el entonces minoritario movimiento de mujeres.

Frente al chico perfecto y marido abandonado, las biografías públicas presentan a una Isabel egoísta y vanidosa. Con el nombre de Titania, la reina de las hadas de la obra de Shakespeare 'Sueño de una noche de verano', Sissi dejó un testigo directo: más de 500 páginas de su 'Diario Poético', un jarro de agua fría republicana y violenta sobre la idílica e irreal Sissi. Toda su intimidad volcada en este escrito quedó bajo custodia de Suiza y no se pudo desvelar hasta pasadas décadas.

Escribió, leyó, se involucró con la psiquiatria vienesa. Se alejó hasta tal punto del patrón tipo de las mujeres de su cuna, fragiles y víctimas de la pereza intelectual que esa historia oficial aún resuelve a 'su manera' la decisiva implicación política de Isabel y su defensa inusual de ciertas causas. Es difícil escuchar, por ejemplo, el papel central jugado por ella para que el 'Ausgleich', que alumbró el Imperio austrohúngaro y selló la paz, fuera una realidad. Era de su tiempo.