Tropezones informáticos

Sería injusto que Obama saliera malparado de la reforma sanitaria por los fallos del portal Healthcare

ANTONI SERRA RAMONEDA

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La situación por la que atraviesa Barack Obama me recuerda la de un jinete que en un concurso hípico, tras superar no sin problemas los anteriores obstáculos, hace frente al último, que no parece especialmente difícil. Ya esboza una sonrisa, seguro de tener el triunfo en el bolsillo, cuando una pezuña de su montura tropieza con una de las barras del obstáculo y la deja tambaleante, indecisa entre la caída y la permanencia en la posición correcta. Con el alma en vilo, el concursante espera la resolución del dilema sabedor de que se juega una medalla de oro contra un triste diploma.

Obama se propuso en este su último mandato paliar la vergüenza de que una proporción considerable de sus conciudadanos no tuviera asegurada la asistencia sanitaria. Emprendió una cruzada que culminó con la promulgación de una ley que, sin colmar sus pretensiones iniciales, significaba un importante paso hacia el objetivo. Aun así, el Tea Party, ala derechista del Partido Republicano, puso zancadillas para su desarrollo. Y algunos demócratas aceptaron la medida a regañadientes.

SE HABÍA conseguido lo más difícil. Ahora había que poner en marcha un portal informático (Healthcare.com,) que permitiera a todo potencial interesado conocer las múltiples ofertas de las compañías aseguradoras privadas, los subsidios federales a los que tendrían derecho en función de su situación personal, y finalmente la suscripción de la póliza que más se ajustase a sus conveniencias. A las compañías el portal les debía permitir conocer el perfil de riesgo de los solicitantes y determinar las primas que tenían que exigir. Era un reto importante, pues se calculaba que en unos pocos meses serían unos siete millones los americanos que deberían resolver a través de este medio su cobertura sanitaria. Ello llevaba a creer que el sistema recibiría unas 800.000 visitas diarias, de las que 50.000 podían ser simultáneas. No se escatimaron recursos para que la operación, que debía comenzar el 1 de octubre, fuera un éxito. Todo parecía bajo control para que el periplo de tantos años tuviera un final feliz.

Pero el hombre propone y Dios dispone. Nada más ponerse en marcha se comprobó que el programa informático contenía múltiples errores. Los potenciales asegurados habían de esperar largos minutos para entrar en el portal. Y cuando finalmente lo lograban, no accedían a la información deseada. Otros recibían finalmente una póliza que no tenía relación alguna con sus deseos, mientras que bastantes vieron con indignación anuladas las que ya tenían suscritas previamente y que deseaban renovar. El decepcionante resultado fue que al cerrar octubre solo 102.000 ciudadanos habían conseguido resolver adecuadamente su problema. Por su parte, las compañías aseguradoras estaban desesperadas, pues habían calculado las primas a pagar en función de un número elevado de asegurados que los errores informáticos iban a impedir alcanzar.

A río revuelto, ganancia de pescadores. Los afiliados al Tea Party reclamaron la retirada de la ley después de lo que consideraban una demostración inequívoca de que el Gobierno es incapaz de gestionar con eficacia actividades que son propias del sector privado. Aunque saben que su petición difícilmente será aceptada, están contentos porque esperan que el fiasco les haga ganar votos en las próximas elecciones. Muchos políticos demócratas están nerviosos por la misma razón, aunque en sentido inverso. Algunos ciudadanos, sobre todo los más jóvenes, ya desisten de acogerse incluso a los subsidios y prefieren seguir asumiendo el riesgo de sus incidencias de salud. Y las compañías de seguros se sienten desilusionadas ante el caos formado.

CONSCIENTE de cuanto hay en juego, Obama ha tocado a generala. Un equipo presidido por el vicepresidente Biden se ha puesto manos a la obra para corregir los errores del software aplicado. Parece que ya han conseguido resultados aceptables, aunque algunos dudan de que llegado el 23 de diciembre, la fecha límite, se hayan resuelto todos los problemas.

Obama no puede volver a presentarse, pero sabe que en este envite se juega su prestigio. Según una encuesta de la agencia Gallup, su índice de popularidad ha bajado al 37%, el mínimo jamás alcanzado. Sería injusto que tras los muchos esfuerzos desplegados para resolver una injusticia vergonzosa en una sociedad desarrollada en el siglo XXI, después de unas duras batallas parlamentarias en las que demostró pericia y coraje, Obama saliera malparado del proceso por fallos informáticos difíciles de justificar en un país que tiene especialistas punteros en esta tecnología. Esperemos que la barra no caiga y el jinete consiga la medalla de oro, que se la merece. Economista.