Ni fácil ni difícil ni sencillo ni complejo, sino todo lo contrario

RISTO MEJIDE

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No soy fácil. Pero quién lo es.

Mira este artículo. En un principio pretendía que tratase sobre las cenas navideñas de empresa, un artículo ligerito, para ir abriendo boca, pero si hasta se iba a llamar «La dieta François Pignon». De ahí la fantástica ilustración que lo acompaña. Estaba dispuesto a imaginar e ironizar sobre las cenas del PSC, la de la CEOE, la de la calle Génova o la de la UGT.

De pronto, se nos muere Mandela, bueno, nos morimos todos un poco con él, la noticia atraviesa cada una de mis palabras, se me baja la ceja y lo demás como que parece que flota. Sí, que el hombre ya tenía una edad, pero yo qué sé. Hay gente que debería ser tan inmortal como las ideas que representa. Gente tan grande que no cabe en una vida. Ideas tan fuertes que no las mata ni dios.

Porque no soy difícil. Pero quién lo es.

Mira el bueno de Montoro. Menudo lío tiene el pobre, con lo sencillito que es él. Parece que Don Cristóbal monta sobre un enano y le crecen los circos. Seis nuevos cadáveres (¿políticos?) a cuestas de Santiago Menéndez, serias sospechas de trato de favor en los asuntos Noos y Cemex, y para colmo, un pulso fratricida con el ministro Soria por lo único que importa aparte del sexo. Ojalá vuelva pronto el ministro a la comicidad a la que nos tiene acostumbrados, amenazando a artistas para que parezca un accidente y ejerciendo su encomiable labor de crítico cinematográfico, para que podamos seguir igual de mal, pero al menos echándonos unas risas.

Y es que vale que no soy sencillo. Pero quién lo es.

Observa a cualquier niño. O a cualquier anciano. Pregúntales qué es lo que realmente les importa. La sencillez está en el punto de partida y en el de llegada, pero jamás en el trayecto. En el camino está siempre la complicación, la dificultad, el obstáculo. Vivimos un estado continuo de emergencia. Nos adelanta siempre la rapidez. El ritmo ha reemplazado al tempo y todo ocurre y es analizado, criticado y concluido mucho antes de que alguien pueda siquiera sentarse a reflexionar.

Pero es que tampoco soy complejo. Y quién lo es.

Cumplir la ley es la base de todo lo demás. O al menos debería serlo. Pero cuando veo a un hijo de la gran puta (sí, sí, vuélvelo a leer, pero con todas las letras: hijo - de - la - gran - puta) salir de la cárcel sin haber mostrado ni un ápice de arrepentimiento y a sus médicos, psiquiatras y psicólogos negando cualquier tipo de rehabilitación, no puedo evitar plantearme no ya si ha salido antes de hora, sino si deberíamos estar revisando ya esas mismas leyes con carácter prioritario y urgente, pero no retroactivo, no vaya a ser que la volvamos a liar.

Al final, si hay algo que define este inicio de siglo XXI es que estamos siempre en manos de lo que aún no conocemos. Y que no sabemos lo que no sabemos, hasta que nos damos cuenta de que lo hemos aprendido siempre demasiado tarde.

En los años 90, los militares hablaban de situaciones VICA: entornos de extrema Volatilidad, Incertidumbre, Complejidad y Ambigüedad. O sea, hoy. Y para acabarlo de arreglar, el profesor Douglas Rushkoff acaba de inventarse la «digifrenia»: la «frustración causada por nuestra incapacidad de manejar nuestras actividades e identidades múltiples simultáneamente» por culpa de nuestra inmersión digital, que todo lo moja hasta dejarlo tan arrugado como un cerebro pero tan inservible como en ausencia de él.

Yo me quedo con los Wicked Problems de Jeff Conklin: sólo seremos capaces de conocer cuál era nuestro verdadero problema cuando hayamos encontrado parte de su solución.

Vamos, que sólo podemos saber qué queríamos decir cuando ya lo hemos dicho.

Que sólo podemos saber qué queríamos hacer cuando ya lo hemos hecho.

Muy parecido a lo que me ha ocurrido con el texto de hoy.

Bonita ilustración, eso sí.