Los niños no vienen de París

EVA PERUGA

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Desafortunadamente, la natalidad se sigue planteando en términos contables. ¿Qué valor tienen un niño o una niña? La evolución, el progreso, no ha alcanzado en la mayoría de los países la manera de entender un acontecimiento tan natural como el de tener descendencia. Si en las sociedades agrícolas la prole numerosa, especialmente de varones, tenía una alta cotización en los mercados de futuro, ahora se presenta como un lujo sin retorno alguno. Esta situación no solo es la expresión de un fracaso político, social e intelectual, sino que escenifica la punta del iceberg de la desigualdad entre hombres y mujeres.

No importa en qué momento de la historia o de la actual crisis nos plantemos, la natalidad sigue siendo una asignatura pendiente y, según delatan las cifras, la constatación de que los modelos socioeconómicos son decisivos para activar un cambio de chip necesario. Esta semana ha saltado la alarma porque las previsiones de los entendidos en demografía indican que en el 2017 España experimentará un crecimiento natural negativo, circunstancia que ya se da en Alemania desde los años 70. Es una preocupación concreta del Gobierno de Berlín ante la que intenta mirar hacia el norte, es decir, aprobando políticas activas para quitar a los hijos la etiqueta de 'carga'. ¿Cómo? Activando el reparto entre hombres y mujeres a través, por ejemplo, de implantar un solo permiso parental remunerado. Nos inquieta el futuro pero no somos capaces de fijarnos, o solo lo hacemos de forma sesgada, en aquellos patrones que funcionan. Y sucede por la incapacidad de admitir que en el centro del problema se encuentran las mujeres y el trato que reciben a nivel legislativo, laboral y social. Resulta que en los países nórdicos han dado con una receta que, tocada la sarta de cuentas del rosario económico, prescribe políticas de igualdad, conciliación laboral para hombres y mujeres y redes de guarderías para mantener la fecundidad al nivel necesario. Incluso, en sus envidiables resultados económicos cae una torre defendida con ardor guerrero por gobiernos y empresarios de muchos estados: la natalidad sí se puede combinar con una gran ocupación laboral femenina. El descenso de la natalidad ya se daba en España en plena era de las vacas gordas. Los valores no son estrictamente los de la cartera. Son los valores del capital humano por los que, a mayor valorización de la mujer, mayor es la de la descendencia.

No se puede abordar ya en términos de emancipación de la mujer sino de creación de un modelo social y económico concreto. Repensar también las hormas que se nos han quedado pequeñas para ambicionar un mundo de este siglo, en el que el término progreso orille el de conveniencia. La natalidad no debe ser una fatalidad para las mujeres. Ahora se abre la posibilidad de desarrollar un anticonceptivo reversible para los hombres como se logró hace seis décadas con la píldora femenina. Seis décadas. Un retraso hijo de la dinámica por la que la prole ha sido el 'problema' de ellas, tanto como su embarazo. De esta forma se consigue que aquella deseada y salvadora prole --sin objetivar nunca la repercusión en la madre-- haya pasado a ser la 'carga' también de ella. Y es bueno recordar que en los mantenidos índices de fecundidad de los nórdicos no entran en juego criterios religiosos.

No se guían por el criterio de premiar a las familias numerosas sino por el criterio de que las mujeres no se vean privadas de la maternidad deseada porque la sociedad se construye a sus espaldas y contra los intereses generales de su conjunto. En fin, un mal negocio.