La muerte de una figura legendaria

Mandela como líder

La clave del éxito del dirigente sudafricano fue el hábito de identificarse afectivamente con los otros

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CARLOS LOSADA

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Para muchos, Nelson Mandela ha sido uno de los grandes líderes del último siglo. Se trata de un claro ejemplo de que se puede ser enormemente eficaz y, a la vez, una persona enraizada en profundos valores y compromisos que pueden dar no solo sentido a una vida en concreto sino modificar sociedades enteras por el bien del conjunto de sus miembros.

Hay muchas facetas de la vida de Mandela como líder que se podrían resaltar: gran visión política, inteligencia, capacidad negociadora…  Sin embargo, me gustaría centrarme en aquello que, a mi modo de ver, es lo nuclear: ¿de dónde obtuvo la energía vital para ser constantemente fiel a sí mismo y a su lucha por los derechos esenciales de las personas incluso en las peores circunstancias y ante situaciones de evidente fracaso?

Es muy difícil entender el comportamiento de Mandela sin conocer algo de su vida en la prisión, esos 27 años que lo transformaron y al tiempo lo enraizaron en las convicciones relacionadas con lo que de pequeño vivió: el trato discriminatorio, la violencia física, la vejación constante… Recuerdo un dato de su autobiografía (El largo camino hacia la libertad) especialmente duro. Los presos de Robben Island estaban clasificados en diversos niveles, básicamente en función de cuan colaboradores eran con el sistema y los jefes del centro penitenciario. Mandela, evidentemente, estaba en el peor de los niveles, y eso hacía que tuviera muy pocos derechos. Entre ellos, solo media hora de visita cada seis meses y el derecho a recibir y escribir únicamente dos cartas al año, en las que no podía mencionar nunca la política ni asuntos de actualidad. No fueron ni una ni dos las ocasiones en las que después de meses de espera para ver a su familia esos 30 minutos le comunicaban el día anterior, sin causa justificada, que se había anulado la visita. Imagínense cómo debería sentirse en aquellos días Mandela, con la perspectiva de que su encarcelamiento sería de por vida. Sin embargo, salió de la prisión, el 11 de febrero de 1990, sin deseo de venganza, sin resentimiento, predispuesto al perdón y a mirar hacia adelante e impulsar un proyecto ilusionante, compartido también por aquellos que habían sido hasta entonces sus enemigos y sus carceleros.

Vuelvo a hacerme la pregunta para mí fundamental: ¿de dónde obtenía Mandela la energía y la vitalidad para alimentar constantemente esa manera de ser y de hacer? En la teoría sobre el liderazgo es difícil encontrar factores explicativos. Es frecuente hablar de estilos de liderazgo, de factores situacionales, de trazos de la personalidad y el carácter, pero poco de convicciones profundas, de calidad humana… o de la vida interior del líder. Pero sin esas cuestiones es difícil dar respuesta a esta pregunta central.

Tengo la convicción de que su experiencia vital de conexión, cercanía y amor por los suyos es el factor explicativo clave de su capacidad de identificarse con sus compañeros y sus aliados. Pero poco a poco la identificación y amor por los otros se expande. Esos otros ya no son solamente los xhosa, su etnia natal, o los compañeros del Congreso Nacional Africano (CNA), sino que son cada vez más y más numerosos pese a sus horribles condiciones de su vida.

Es un proceso progresivo: primero es el amor natural por lo propio, lo vivido en familia, en el colegio y con los amigos; una segunda expansión se da en la universidad, en Johannesburgo y en su militancia política en el CNA. Pero sigue quedando lo más difícil: incluir en el otros a sus enemigos y maltratadores. La incorporación de ellos a su proyecto nace de su experiencia del perdón. Una experiencia que él vive como liberadora, no como una imposición, y que puede tener su origen en el aprecio de Mandela por la parte más humana de los que en aquel momento eran sus enemigos.

Tal vez eso surgió del estudio de la poesía y las tradiciones de los afrikáners, inicialmente con el objetivo de poderlos combatir mejor. Y probablemente esta actitud tenga relación con la curiosidad intelectual de Mandela, con el rigor de su pensamiento y con su compromiso. Lo que le llevó a conocer más a sus rivales para servir mejor a los suyos acabó siendo un aprecio también por los diferentes y los enemigos. En definitiva, la clave es el  hábito de identificarse y vincularse afectivamente con los otros.

Y para Mandela eso fue posible porque lo trabajó desde la niñez. En mi opinión, es la profunda calidad humana, basada en una rica vida interior junto con otras competencias y conocimientos, lo que hace que Mandela haya sido uno de los mejores líderes de los últimos cien años. No ha sido perfecto -su vida tiene zonas oscuras, como sus relaciones familiares- y no es bueno hacer de él un ídolo, pero sí es un gran referente que nos debe inspirar a todos.