El último yogur

"Estamos atados de pies y manos porque nos hemos dotado del mejor sistema político posible, aunque algunos digan que lo tenemos capado"

Arias Cañete se comió un yogur que caducó hacía 22 días (A-3 TV).

Arias Cañete se comió un yogur que caducó hacía 22 días (A-3 TV).

FRANCISCO JAVIER ZUDAIRE

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No es fácil, como en el escenario de Hamlet, hacerse con una calavera para reflexionar sobre dudas existenciales. Hay que buscarse otros recursos.

En medio de esta galerna --no avanzamos hacia la orilla salvadora ni a tiros-- me ha dado por pensar o reflexionar, aun conociendo el peligro de tal dedicación y el daño que puedo hacerme a mí mismo. Que es el peor, el que no puedes achacar a nadie.

Pensar no es como jugar al fútbol o practicar un deporte; no, es muchísimo más arriesgado. Sí pierdes al tenis, el tiempo te recupera; pero si te despeñas por una idea abajo, aun siendo solo ocurrencia, las consecuencias pueden ser irreparables. Ya estoy oyendo los comentarios: Se mató al despeñarse desde un pensamiento arriesgado. Una muerte estúpida, ¿quién le mandaría pensar?

Por eso, para evitar males mayores, doy en maquinar sobre cosas sencillas. A mí, el pensamiento inducido me ha venido, en esta ocasión, del hecho de encontrarme la nevera como el Estado del bienestar: vacío, sólo con la carcasa del léxico y sin contenido. Pues eso, allí apenas malvivía un yogur de frutas del bosque; por supuesto, caducado.

Bien, ese lácteo bacteriano me llevó a la reflexión. Yo vengo de una época en la que nunca caducaban los yogures, y la gente se moría igual que hoy. Ese mismo yogur lo hubiera ingerido sin problemas en ese tiempo ya vivido, pero hoy no debería hacerlo: sería como poner en jaque yo solo al Ministerio de Sanidad. Y bastante tiene con sus achaques.

Observando el yogur, como un filósofo de mercadillo semanal, me replanteé la duda metafísico-gastronómica, y mi cuerpo se dividió cual ameba en plena fusión binaria. De un lado, el estómago reclamaba su parte en la disputa y, de otro, el cerebro advertía del peligro que pueden representar los conservantes y colorantes metidos en broncas porque se les ha pasado el arroz. ¿Vencerían las vísceras de la mente o se impondría la razón tozuda del hambre? Lo veremos después de la publicidad.

La loca de la casa

Por continuar de alguna manera, digamos que la loca de la casa no se detiene ante un simple debate yogurtero. Una vez la pones en marcha, no hay manera de pararla. Y entrando en materia más sesuda, del pasaje del yogur, presente y real, me fui para atrás, a pensar en cómo hemos llegado hasta aquí, hasta hundirnos en este fango que nos atrapa, y vi que no sólo no tenía ni idea sino que tampoco me sentía culpable del desastre. Vamos, que yo no conducía cuando nos estrellamos, ¿pero era eso suficiente para quedar libre de culpa? Y, lo peor, ser o no ser podía ser relevado por la duda de ser tonto o ser idiota, que puede tener sus defensores, porque menos es ser nada, pero que habla muy claramente del papel que nos toca en este reparto de agravios y recortes.

Ya puestos, recordé cómo en aquellos años superados hacíamos servir la espita de la queja contra el régimen establecido, y lo hacíamos por todo lo malo que nos sucedía. Lo mismo daba que pincharas una rueda o que subiera el precio del azúcar: la culpa era del gobierno, de unos tipos a los que nadie había elegido, sino que estaban aposentados por la fuerza, la suya, en sus poltronas. Nada teníamos que ver con ellos, nos los habían impuesto, y eso nos daba todo el derecho del mundo para ponerlos a caldo. Esa espita está cerrada, ya no es posible, hoy criticas y puedes hacerlo con altavoz, sin miedo, pero protestas contra algo que entre todos hemos colocado en lo más alto.

Dictadura caciquil

Estamos atados de pies y manos porque nos hemos dotado del mejor sistema político posible, aunque algunos digan que lo tenemos capado. Puede ser, pero el verdadero problema lo constituyen quienes no creen en él y lo utilizan para sus fechorías, escándalos financieros, robos a mansalva, fuga de capitales, prevaricaciones, cohechos...., actividades delictivas, al fin, que encajarían mejor bajo el despotismo de una dictadura caciquil y corrupta.

Mientras hacía la digestión, concluí: si en este país no se robase, estaría de más hablar de crisis. Claro que eso es una utopía solo sostenible cuando estás bajo los efectos de haberte comido el último yogur de la nevera. Caducado desde luego.

Ah, y no intenten hacer la prueba en casa, resulta peligroso, esto es un trabajo de especialistas; créanlo, cuesta mucho recuperarse después de haber visto la luz, de comprender que sin ladrones este país sería algo grande. Maldito yogur.