Del turismo a la ciudad turística

"Barcelona no puede ni debe prescindir del turismo, pero ninguna ciudad debería centrar su estrategia económica en esta actividad"

Turistas ante una tienda en el paseo de Gràcia.

Turistas ante una tienda en el paseo de Gràcia. / periodico

JORDI MARTÍ GRAU

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El viaje, el descubrimiento, conocer otras ciudades, países y culturas es un signo de progreso y una actividad propia de la curiosidad humana. Como en tantas otras cosas, la globalización ha facilitado y hecho crecer el turismo de manera exponencial. El último informe de la Organización Mundial del Turismo lo señala con contundencia: en 1950 hubo 25 millones de desplazamientos turísticos en el mundo, 528 millones en 1995 y más de 1.000 millones de viajeros se desplazaron en el 2012. El mismo informe señala que en el 2030 serán más de 1.800 millones de personas los que se moverán de un lugar a otro. De todo ello, hoy por hoy, Europa se lleva más de la mitad . El turismo, inexorablemente, es una actividad que se ha convertido en un potente sector económico con una inmensa capacidad de crecimiento en el futuro. Cabe señalar, sin embargo, que la media salarial en el sector turístico está por debajo de la media general, es inferior a la media del sector servicios y ofrece menos estabilidad laboral que otras actividades económicas, según señala el Instituto de Estudios Turísticos del Ministerio del ramo.

Si nos fijamos en las motivaciones que nos llevan a movernos de un lugar a otro veremos una clara evolución. La actitud del viajero que busca descubrir mundos ignotos es muy diferente a la del turista contemporáneo, donde el viaje se convierte en una desconexión temporal de la rutina laboral, un estado de vacaciones. Como señala Ives Michaud: "El turista está en la búsqueda de un mundo ligero, agradable, que no pese, libre de la angustia y de la seriedad del mundo real". Esta constatación, a la que lógicamente se podrían encontrar numerosas excepciones, es lo que obliga a las ciudades a prepararse para convertirse en lugares turísticos. En la economía de la experiencia lo que cuenta es satisfacer las expectativas del cliente, lo que obliga a convertir la complejidad de la vida urbana en 'paquetes' simples, cómodos y adaptables al gusto del visitante .

La posición de una ciudad como Barcelona en relación al turismo debe tener en cuenta las dos consideraciones. La primera es que este es un sector con mucha capacidad de crecimiento y donde nuestra ciudad tiene un enorme potencial. La segunda es saber hasta dónde estamos dispuestos a transformar Barcelona para adaptarla a las exigencias de este sector. El ejemplo ineludible es la instalación que sobrevoló la ciudad, durante demasiados meses, del complejo Eurovegas de hoteles y casinos.

Sin duda, incrementaba el atractivo turístico de Barcelona pero el precio al que lo hacía era desproporcionado: un ataque frontal al modelo de ciudad. Para muchos, el nuevo Plan de Usos de Ciutat Vella, aprobado por CiU y PP, que elimina cualquier límite a la instalación de nuevos hoteles y apartamentos turísticos en el corazón de la ciudad es otra decisión equivocada que romperá el frágil equilibrio de la zona más sensible de Barcelona .

Hace pocos días conocíamos la noticia de la venta de la torre Agbar y su transformación en un hotel de lujo. Se puede esgrimir, como así es, que es la decisión de una compañía privada pero, desde un punto de vista urbano, el icono arquitectónico de la plaza de las Glòries --el nuevo espacio de centralidad urbana-- y la puerta del 22@ se convierte en el símbolo de una Barcelona encarada sin timidez al turismo. Poco tiempo después, el ayuntamiento anunciaba una gran fiesta, organizada por Turisme de Barcelona, para celebrar el fin de año en el paseo de María Cristina con el objetivo de situarse en el circuito de las grandes ciudades con iniciativas icónicas. Todo ello sucede mientras en nuestra ciudad no se detiene el cierre de comercios tradicionales que han sucumbido a la presión de un mercado que busca la rentabilidad rápida que ofrece el turismo barcelonés.

Barcelona no puede ni debe prescindir del turismo, pero ninguna ciudad debería centrar su estrategia económica en esta actividad. Los costes urbanos y sociales que conlleva son demasiado altos. Se acumulan demasiadas noticias como para temer que el Gobierno municipal ha decidido poner la directa y dejarse de miramientos. La crisis y el paro sirven de coartada para cambiar el objetivo: en lugar de poner el turismo al servicio de la ciudad es Barcelona la que se entrega al turismo . Mientras tanto, la estrategia política es la ciudad inteligente. Quizás acabaremos descubriendo, más temprano que tarde , que ésta consiste en dejar de pensar en el ciudadano...