DEFENSORA DE LA IGUALDAD

Chica y chica

EVA PERUGA

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Abdellatif Kechiche, director de La vida de Adèle, lanza una acertada pregunta ante las críticas que llovidas a su cinta premiada en Cannes: ¿Tengo que ser una mujer, una lesbiana, para hacer una historia de amor de mujeres? La película basada en una relación femenina vio la luz en pleno debate en Francia sobre el matrimonio gay que provocó una fuerte movilización en calle de los detractores de una nueva legislación favorable. En este filme se aprecian las dificultades de las lesbianas para encontrar modelos en los que mirarse y, en consecuencia, construir un universo propio. Tal vez sea este el prisma interesante bajo el que analizar la enorme polvareda provocada por la película, quedando aquí al margen los públicos problemas entre los protagonistas o la calidad cinematográfica.

Así, La vida de Adèle entra en el reducido espacio en el que los vínculos afectivos entre mujeres están presentes en el mundo del arte. Y lo están más allá de las proyecciones que desde la mirada masculina o, como atinaba uno de los críticos, desde la percepción femenina de que se está bajo observación. Es decir, lo está poco. El peso de una sociedad heterosexual y, además, dominada por los preceptos masculinos, no solo obstaculiza el reflejó real de la mayoría de la población sino que ejerce de activo contaminante en la construcción de los géneros. No es habitual asistir en España a pases televisivos de series protagonizadas por lesbianas como Lip Service (Más que amigas) o The L World. Tampoco el cine hace grandes esfuerzos para la normalización de la vida de las lesbianas en el sentido de destacarlas como protagonistas sin hacer de ello una excepción por su condición sino como un hecho común.

Al igual que aún sucede en la mayoría de los ámbitos, incluso en aquellos que presumen de ser espejo fiel de la ciudadanía, la homosexualidad se trata como una excepción, con perspectiva de minoría. En consecuencia se encuentra subrepresentada o su representación está instrumentalizada. La derivada de este comportamiento cotidiano, repicado por el arte, la economía, la gestión política y los medios de comunicación, es la semilla de la que crece una sexualidad vista y vivida básicamente desde la heterosexualidad. Ese corsé transforma la visión que de la sexualidad lésbica tiene el conjunto de la población e incluso arma un estereotipo acorde al gusto de los hombres heterosexuales.

De ahí que muchas lesbianas no se hayan reconocido en las escenas de sexo de la película francesa. Algunas consideran que esas tomas están más cerca del porno que de sus experiencias habituales. Puede que su rabia también tenga que ver con el déficit de formulaciones y visiones lésbicas en el mundo cultural para poder elaborar su identidad, siempre a remolque de una interpretación que no es la suya.

Esta situación sacude con fuerza a este grupo de mujeres, la mayoría de las cuales encuentra en la militancia por la causa de las mujeres la forma de empujar hacia el cambio. Ciertamente, La vida de Adèle está hecha bajo un prisma satírico pero no militante, desposeyendo la narración de un componente combativo bastante extendido entre este colectivo. Ellas mejor que nadie pueden explicar cómo sus relaciones todavía hoy solo pueden explicarse a través del marco general. Es objeto de debate si la asunción de los papeles de género de sus dos protagonistas, Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux, plasma su intención de ofrecer la distancia entre dos clases sociales o simplemente reproduce los estereotipos, la separación entre el papel del hombre y de la mujer también en las parejas gais. Este y otros muchos debates necesitan más espacios culturales en los que agitarse y airearse también fuera de los ciclos o la literatura especiales. Adèle no es única.