Zozobras universitarias

La crisis puede dar más peso a la enseñanza superior privada y cambiar la mentalidad de la pública

ANTONI SERRA RAMONEDA

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Nuestra universidad pública está alicaída. Los recortes presupuestarios, el desmedido aumento de las matrículas, la reducción de plazas docentes y administrativas coincidentes con la puesta en marcha del denominado plan de Bolonia ha provocado a la vez reacciones indignadas -manifestaciones de estudiantes y personal, pintadas y carteles en las paredes- y desánimo teñido de pasotismo. Sus rectores andan lógicamente obcecados con sus cuentas a la búsqueda de resquicios por donde meter las tijeras para reducir los déficits cuyo crecimiento se ha convertido en pesadilla, sin tiempo de preocuparse por la mejora en la prestación de los servicios, creación y difusión de los conocimientos, que de ella la sociedad espera. Todo lleva a indicar que en la próxima edición de la denominada clasificación de Shanghái las universidades españolas habrán empeorado la posición tan retrasada que ocupaban.

MIENTRAS, las instituciones privadas de enseñanza superior no parecen conocer las mismas penalidades. Las cifras demuestran que su peso en el sistema español es creciente tanto por el número de alumnos como por el abanico de titulaciones. Sus instalaciones crecen en número y vistosidad. Hay hechos anecdóticos que demuestran una envidiable robustez financiera, como el fichaje de una nadadora ganadora de varias medallas en la última cita olímpica, a cuyas pretensiones crematísticas el club deportivo donde se había formado no podía hacer frente, por parte de una universidad murciana que también patrocina a varios equipos deportivos profesionales.

De persistir la crisis podemos ver un cambio sustancial en nuestro sistema de enseñanza superior. No solo por el mayor peso que en él habrá adquirido el sector privado sino también por el cambio de mentalidad que se impondrá en las públicas obsesionadas por la búsqueda de ingresos por todos los medios, entre ellos la oferta de cursos sobre los más variopintos temas orientados a cuestiones de la más inmediata práctica en detrimento de saberes de mayor calado.

Tampoco en Francia están contentos. Su tradicional orgullo se siente herido con los puestos que sus centros universitarios ocupan en las clasificaciones internacionales. Solo cuatro aparecen, y en los puestos de cola, de los cien primeros del palmarés de Shangái mientras que entre las veinticinco primeras aparecen cuatro británicos. La ministra Geneviève Foriaso se muestra decidida a tomar las medidas precisas para poner remedio a esta mala imagen. Para empezar ha de solucionar un problema típico del sistema francés cual es la distinción y enfrentamiento entre sus dos componentes: las universidades y las denominadas grandes écoles. Componentes que tienen distinto peso numérico: millón y medio matriculados en las primeras y 200.000 en las segundas. Sus diferencias nacen de los sistemas aplicados para la selección de los estudiantes, el coste de los estudios, la orientación profesional y la dedicación a la investigación de los respectivos enseñantes. Dos de ellas sobresalen: para ingresar en una grande école hace falta superar un examen mientras que el título de bachiller es suficiente para matricularse en una universidad (con la excepción de las facultades de medicina). El coste anual de un universitario es de unos 6.000 euros mientras que en una las cinco écoles dependientes de los respectivos ministerios ronda los 40.000. Las matrículas no alcanzan estos importes y existe la posibilidad de conseguir becas pero las estadísticas demuestran que el origen familiar y geográfico de quienes ingresan en uno y otro tipo de instituciones es diferente.

EN LAS 'ÉCOLES' de mayor prestigio predominan los parisinos, hijos de altos funcionarios o de directivos de empresa que aseguran la reproducción de la élite que tiene las riendas del poder económico y político. Se han hecho intentos para corregir estas diferencias pero no han tenido apenas éxito. Como dice una especialista en estos temas, persiste la distancia entre las grandes écoles que acogen a alumnos de la clase dominante y los preparan para ocupar los altos cargos en la administración pública o privada y las universidades cuyo alumnado pertenece a las clases medias y los preparan para ocupar cargos intermedios, técnicos o puestos docentes en la enseñanza secundaria. El mismo director de Sciences-Po, un centro de excelencia, calificaba al actual sistema francés de injusto, no igualitario y antidemocrático. Que no vaya a ocurrir aquí algo similar pero por vías distintas. En Francia las joyas de las grandes écoles son públicas y fueron creadas por la monarquía, Napoleón o la República. A ver si nuestras élites acabarán formándose en entidades privadas, lo que ya en parte ocurre en el ámbito de las grandes empresas.Economista.