Quiero esto, esto, esto y también esto

EVA PERUGA

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Esta semana se ha planteado la cuestión de la sensibilización como un instrumento necesario para combatir la violencia machista que, en una década, ha llegado a un punto álgido con el asesinato de 700 mujeres. Pero ya pueden las administraciones ir invirtiendo -¿lo hacen?- en sensibilizar si al abrir la televisión nos cae un jarro de agua fría en forma de anuncios. Imágenes como las de una mujer absolutamente dubitativa ante una cantidad ingente de pares de zapatos expuestos en su vestidor. ¿Dudan los hombres acomodados ante sus decenas de zapatos? Y, más enjundioso, ¿se insiste en ello de forma pública?

No cabe duda de que hombres y mujeres tienen dudas. Y la duda es una herramienta intelectual que ha llenado no pocos manuscritos y ha alimentado otros tantos debates. San AgustínPlatónDescartes. La duda en su último recorrido tiene que ver con un objetivo elevado, el descubrimiento de la verdad. Pero no estamos hablando de esto, sino de todo lo contrario: de perfilar con carmín la inseguridad, como base para la descalificación de la toma femenina de decisiones. Esa vacilación está constantemente publicitada. La educación labra ese sendero de inseguridades que, trágicamente, en algún momento de la vida puede incapacitar a la mujer para afrontar la violencia de género como lo que es y no como una falta que radica en ella. De hecho, el maltratador actúa como espejo de la sociedad, hurtando a las féminas las posibilidades que, como personas, deberían tener en la misma medida que los hombres.

De las inseguridades también nace la interpretación de los avatares de la misma independencia personal o del arrojo empresarial o social, por ejemplo, viéndolo todo como murallas infranqueables. El enfoque de los hombres ya es otro desde la infancia. El fomento de su seguridad se conecta a un mundo de infinitas posibilidades. No hay límites teóricos, de tal forma que a ellos ni se les plantea otra opción que no sea la de aspirar a todo. La estructura social y política les favorece para trazar un rumbo y seguirlo.

Para ellas, la música tiene otra melodía. La presión sobre el hay que elegir va anulando poco a poco la posibilidad de quererlo todo antes incluso de saber si se podrá o no cumplir con el objetivo. Las dudas sobre la capacidad y el derecho a ambicionar ese todo se apoderan de las mujeres. Tienen que elegir cuando, en verdad, no han tenido la oportunidad de plantearse su vida con todo aquello que le puede ofrecer. Y, en muchas ocasiones, prende en ellas la idea de que se encuentran en un lugar equivocado, en una situación para la que no habían sido designadas. Difícil, así, rebatir el mensaje --este sí-- construido desde la certeza y que alimenta día a día la desigualdad.

No es posible disociar la desigualdad en las sociedades --nada que ver con las diferencias biológicas entre hombres y mujeres-- de la propaganda diaria sobre la falta de certeza y de asertividad de las mujeres. De ahí el mérito de las que consiguen romper la escafandra. Y, una vez rota, no solo se aprovechan ellas. La riqueza que crean se distribuye, por lo que constituye una apuesta segura para desterrar la desigualdad del planeta. De momento, el mensaje femenino propio es básicamente de carácter práctico. Así, según un estudio reciente, resulta que en siete economías en crecimiento (Panamá, Ghana, Ecuador, Nigeria, México y Uganda) la tasa de mujeres que emprenden negocios es ya ligeramente superior a la de los hombres. No me digan que no saben elegir unos zapatos.