Los SÁBADOS, CIENCIA

Un contable en un portaviones

Los centros de investigación biomédica no pueden ser dirigidos por gestores económicos

MANEL ESTELLER

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Si nos encontráramos en un gran portaviones en el golfo Pérsico, ¿cómo estaríamos más seguros? ¿Sabiendo que quien está al mando es un almirante de prestigio o un contable? Evidentemente, estaríamos más tranquilos conociendo que quien manda en el barco es un profesional de la marina con profundas nociones de navegación más que alguien que solo trata de cuadrar los números. Pues esta lógica no siempre se aplica en los centros de investigación biomédica, donde muchas veces se designa a dedo un interventor/gestor sin los conocimientos científicos ni académicos adecuados. Los mejores centros de investigación en ciencias de la vida -y, por extensión, en otros campos del conocimiento- deberían ser dirigidos por investigadores de prestigio internacional que tuviesen a su mando gerentes/directores económicos encargados de balancear las cuentas. No se puede hacer al revés.

Los criterios académicos y de excelencia investigadora deben ir por delante de los criterios economicistas. Si no lo hacemos así, el trabajo de los investigadores de los centros puede quedar comprometido: nosotros no trabajamos en un banco ni el primer fin de nuestra investigación es la ganancia económica, sino la generación de conocimiento que eventualmente pueda ser útil a la sociedad. Por eso, cuando alguien desde el departamento financiero del centro dice «en lugar de lo que habías pedido he comprado esto porque era más barato», la respuesta desde el laboratorio es: «Pues ahora tendremos que gastar el doble, porque lo que has comprado no sirve para mi experimento». El sentido común es el menos común de los sentidos.

La dirección de los centros de investigación debe buscar los mejores descubrimientos siguiendo los criterios de profesionalidad y transparencia. La investigación no es un hobby ni puede ser amateur: debe estar altamente profesionalizada. Además de la formación técnica de los propios investigadores, se debe formar adecuadamente en las peculiaridades de la tarea de la investigación a las personas responsables de su gestión económica, la tramitación de las becas y proyectos, la transferencia de tecnología y la captación de recursos.

No puede ser que estas posiciones clave acaben siendo ocupadas por personas que vienen rebotadas de otros empleos. Deben haber recibido una educación especial para su tarea y sentir un especial interés por ella. Al igual que el trabajo de investigador es muy vocacional, también lo debería ser el de las personas de apoyo a la investigación.

Otro punto importante es la imperiosa necesidad de dotar de transparencia a las decisiones que se toman y a cómo se gestionan los recursos. La gente debe saber que por cada cien euros que un investigador es capaz de recoger para su investigación contra una de las enfermedades que nos afectan, dará 25 a su institución. Es decir, el 25 % de todo lo que consigue va a un fondo perdido. Después, al investigador no le rinden nunca cuentas de lo que se ha hecho con ese dinero. Completa opacidad.

La transparencia de los centros también debe tener reflejo en los procesos de selección de su personal. Deben ser convocatorias verdaderamente abiertas de difusión internacional. Es muy triste saber que una plaza ya está dada a un viejo conocido de alguien de la comisión de selección cuando todavía no se ha hecho ni pública la convocatoria. Por favor, seamos un poco serios.

Todas estas cuestiones quizá no se plantearían si nadásemos en la abundancia, pero no es el caso, y no lo es por lo menos por dos motivos. Primero, porque los gestores económicos de muchos centros solo piensan en reducir el déficit recortando. Son Eduardo Manostijeras. Ni por un momento piensan en cómo generar recursos extras. En cómo dar flexibilidad al sistema para que el investigador pueda ser un generador de beneficios en forma de patentes o dando servicios a otros miembros de la comunidad científica y educativa. Una falta de visión ejemplar.

Y segundo, porque tiene que haber una firme voluntad política favorable a la investigación: deben creer en ella. Y lo que sucede es que muchas veces los políticos con las más decididas intenciones de fomentar la investigación suelen ser las personas con menos peso dentro del organigrama jerárquico de su partido.

¿Cuál es la solución? No hay varitas mágicas, pero tampoco queramos reinventar la rueda. Solo miremos qué hacen bien los mejores centros de investigación biomédica del mundo y hagamos como ellos. Karolinska Institute (Estocolmo), Pasteur Institute (París), DKFZ-EMBO (Heidelberg), NKI (Amsterdam), IFOM-IFEO (Milán), FMI (Basilea), Universidad de Harvard (Boston), Wellcome Trust Sanger Institute (Cambridge), Memorial Sloan-Kettering Cancer Center (Nueva York) o Universidad Johns Hopkins (Baltimore).

Ahora, si me disculpan, me vuelvo a mis probetas y mis análisis, que ya me he quedado a gusto.