El paisaje de Barcelona

El Born y los Encants

Las dos nuevas instalaciones tienen gran calidad y son un acierto arquitectónico, urbano y social

ORIOL BOHIGAS

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A pesar de que la arquitectura moderna había nacido amparada por las exigencias de servicio y austeridad de una nueva sociedad revolucionada, hace unos años estos factores fueron diluyéndose, y otra vez la significación cultural más decisiva pasó de la modestia y la naturalidad de los hechos sociales a la contrarrevolución de los grandes edificios icónicos, lujosos, sobrecargados por nuevas fórmulas de ornamentación y de estilo y nuevos soliloquios de la tecnología. Este proceso ha sido criticado desde campos varios -arquitectónicos, urbanísticos, sociales y políticos- e incluso por los mismos profesionales, prestigiosos autores.

HOY ESTAS críticas se han hecho más agresivas y convincentes. No creo que esto se deba a la presencia de una conciencia cultural más firme o a una voluntad de enderezamiento del paisaje urbano. Simplemente es que la gran crisis ha promovido más reflexiones sobre la injusticia de los desequilibrios sociales. Parecen ahora más inexplicables y menos justificados los gastos en ciertas excelencias cualitativas cuando los servicios sociales mínimos son tan escandalosamente insuficientes. Es lógico criticar una arquitectura que parece preocuparse más del estilo que de resolver los problemas primarios de la sociedad. Ante el panorama de los millones de muertos en el mundo por carencia de casa y de alimentos, cualquier gasto ornamental diferenciador de clase es un desprecio de la realidad. De esta actitud radical se han deducido algunos criterios para adecuar la teoría y, sobre todo, la práctica del diseño, la arquitectura y el urbanismo. Hoy emerge una generación de arquitectos muy preocupados por integrar en su obra la adhesión intelectual a la pobreza, a las limitaciones de conocimiento y comunicación, a la fealdad habitual y la carencia de satisfacción, que han sido las bases de la insensibilidad de la gran masa de usuarios y que ahora se reclaman como aportaciones redentoras, como exhibición de humildad y, quizá, de penitencia.

Me parece muy adecuada y positiva esta respuesta radical, pero hay que vigilarla para evitar que se convierta en un nuevo estilo y derive hacia un exacerbado realismo, es decir, hacia la anulación de los campos de investigación y de creatividad, sin los cuales la arquitectura puede caer en la simple producción mercantil, sin la indispensable base cultural. La arquitectura perniciosa de los iconos urbanos y las aproximaciones toscas basadas en la insolidaridad de la propaganda comercial han sido también unos campos útiles para las investigaciones difíciles de experimentar en las realizaciones menos ambiciosas y con programas más vulgares.

Sería difícil analizar la historia reciente de la cultura sin incluir los valores trascendentales de estas propuestas exageradas. No olvidemos que es un fenómeno que se repite a lo largo de toda la historia. No nos atreveríamos a enjuiciar despectivamente los templos clásicos, las catedrales góticas o los palacios renacentistas simplemente porque fueron fruto de una energía seguramente más necesaria hacia las deficiencias sociales de la época. Hoy tenemos que aceptar sus ventajas, pero asegurando que los procesos de investigación y experiencia estén relacionados con la producción masiva y no solo con los escaparates del elitismo.

Pero aún hay otra consideración. Si queremos que la arquitectura y las instalaciones públicas sean también un instrumento de integración social, hay que subrayar las excelencias de lo que tiene que utilizar el pueblo. El lujo de la excelencia debería ser exigible en los espacios y los servicios más populares. Aunque los resultados no fueran ejemplares, hay que recordar la famosa operación del metro de Moscú, un lujo incluso acreditado por el mal gusto del pueblo, sometido a la degradación de los modelos burgueses.

TODAS ESTAS consideraciones son consecuencia de una visita a dos obras recientemente inauguradas en Barcelona: los Encants y el Born. Dos conjuntos urbanos de gran calidad, que superan el nivel de muchos servicios públicos barceloneses. La opinión ciudadana ha sido muy favorable, pero no ha faltado la crítica sobre la necesidad social de las inversiones. ¿Habría sido mejor complementar algunos de los grandes servicios sanitarios o escolares que necesitamos en vez de monumentalizar un marché aux puces o iconizar unas ruinas urbanas del 1714? Las dos obras son un acierto arquitectónico, urbano y social en la línea de creación de experiencias nuevas y de asimilación de la excelencia en los ámbitos más populares. Hacer del mercado de segunda mano un modelo de popularización de un espacio de experiencias arquitectónicas e incluir dos testimonios históricos superpuestos en un itinerario urbano que revive son dos aciertos en un juicio social de la ciudad.