EEUU, el gran fisgón delincuente

JOAN ANTÓN MELLÓN

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Según fuentes solventes conocedoras de la documentación filtrada por el exempleado de los servicios secretos norteamericanos Edward Snowden, la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) ha interceptado las comunicaciones privadas de 35 mandatarios, gobiernos e instituciones internacionales y ha monitorizado cantidades astronómicas de comunicaciones telefónicas, SMS y correos electrónicos de la población mundial con la conviniencia, pasiva y/o activa, de Facebook, Google, Yahoo, Twitter, Microsoft y Apple. El Gobierno de Estados Unidos está cometiendo diariamente delitos que afectan a la privacidad y que atentan contra los derechos y libertades de los ciudadanos: desde el teléfono privado de Angela Merkel al SMS enviado por cualquier persona. Pese a la indignación y el clamor mundial, Washington no se ha disculpado, ha puesto excusas de seguridad internacional y acuerdos entre agencias para compartir información y ha ninguneado a una delegación parlamentaria europea que ha viajado a EEUU para pedir explicaciones.

Barack Obama y su Administración parecen más preocupados por las repercusiones políticas internas del escándalo que por el desaire a sus hipotéticos amigos y aliados occidentales. De estos espionajes masivos solo se libran el Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. El resto somos de segunda categoría, listos para ser espiados. Los altos funcionarios de EEUU comparten sus agendas telefónicas con la NSA, que dispone así de información privilegiada y puede monitorizar las comunicaciones de las élites mundiales. Esta información, analizada convenientemente, se convierte en conocimiento e inteligencia que garantiza ventajas competitivas en los posicionamientos políticos, los análisis estratégicos y la adopción de decisiones, tanto en materias de seguridad o política internacional o, lo que es más importante en un mundo globalizado, en temas económicos.

Todo este conjunto de actividades delictivas es propio de gobiernos totalitarios y no de sociedades democráticas, y mucho menos de una sociedad que pretende liderar el mundo occidental. En nombre de la seguridad se efectúa una monstruosa recopilación de datos y se sacrifican la privacidad y la libertad por criterios tecnocráticos que priman la eficacia sin cuestionarse al servicio de qué está la misma. El embajador de EEUU en Madrid, citado por el Gobierno español para que diera explicaciones, dijo a la salida de la reunión que no puede garantizar que no haya políticos españoles espiados. Mientras que Obama, como máxima concesión imperial, ha declarado que se revisará la «utilidad» de las escuchas realizadas.

Ante todo esto debemos plantearnos dos preguntas importantes: ¿qué consecuencias mundiales directas está teniendo este espionaje masivo?, ¿qué factores explicativos nos pueden ayudar a entender sus causas? En el primer interrogante, la respuesta de las víctimas del espionaje masivo es obvia: la repercusión más importante es una enorme pérdida de confianza entre países aliados,  que puede incidir en la disminución de la imprescindible colaboración entre estados ante las amenazas del terrorismo y la delincuencia organizada. Además, la humillación padecida potenciará actitudes ultranacionalistas y aislacionistas. Finalmente, el retroceso de prácticas y valores democráticos. Y por lo que se refiere a los culpables de estas prácticas, un gran desprestigio y una pérdida de liderazgo político, moral y cultural.

Respecto del segundo interrogante, las claves interpretativas pueden estar en la incapacidad de Obama para cumplir la promesa del 2008 de devolver el prestigio internacional perdido por EEUU  tras Abu Ghraib, Guantánamo y las mentiras justificatorias de la guerra de Irak. Obama no ha querido, no ha sabido o no ha podido establecer una ruptura radical con los criterios doctrinales y las prácticas heredadas de la etapa de George Bush. La nefasta combinación  -omnipresente en el anterior presidente- de doctrinarismo, mesianismo, darwinismo social e integrismo cristiano cristalizó en una  política internacional unilateralista, en primar la seguridad nacional sobre cualquier otro factor y en afrontar el formidable reto del terrorismo desde una óptica exclusivamente militar .

Obama no ha efectuado un giro de 180 grados respecto a estas ideas de Bush proclamadas en el 2003: «Millones de americanos buscan la guía diaria de oración al Dios omnipotente. Yo soy uno de ellos».